Dramaturgia. 7 Historias Perdidas


 7 Historia Perdidas



I                 LA NIÑA CALVA.

         II                LA MUJER DEL RELOJ.

         III               EL SUICIDA.

         IV               EL CADÁVER Y EL MAQUILLISTA.

         V                EL VIEJO RECOLECTOR DE ARTE OBJETO.

         VI               EL CRIMEN.

         VII             LA MUJER DEL ESPEJO Y EL AHORCADO.



¿Existe una zona por detrás de los sueños, entre el sueño y la muerte, entre la muerte y los diferentes grados del inconsciente? ¿Existe un espacio que proyecte la realidad onírica como la imagen existencial en un movimiento perpetuo vulnerado únicamente por un haz de voces?
           
Existe, sin duda, puesto que veremos sus sombras en el escenario de Siete Historias Perdidas, imágenes que se deslizan en un tiempo detenido, tiempo de espejos, de deseos aprisionados bajo fanales, entre cajones, vestidos, papeles, muros y vías del tren. Espacio atemporal de una trasmemoria donde la conciencia vive desencarnada en un mar de tinieblas, pero sujeta por el tenue entramado en una esperanza de luz, que no sabemos si pueden venir desde dentro de los personajes o desde el exterior desconocido de una voluntad sobrenatural.


Zona de tiempos ubicuos detenidos por un deseo obsesionado – signo inconfundible de vida -, por el embeleso de un olor, de un sonido, de un destello de felicidad, sueño de un sueño, muerte de una muerte: ojos cuyas cuencas vacías son, no obstante, espejo, presente poblado de murmullos, de preguntas, de delirios. Todo se desdobla o se multiplica en un vaivén entre el ver y el no-ver, entre las texturas de un silencio trashumano, entre las gesticulaciones de unas marionetas más que humanas.


Obsesión de Carlos Haro por la vida en, entre, con, la muerte. Obsesión por el no-ser y el ser de los sueños, de las sombras proyectadas desde las profundidades del alma hacia las superficies accidentadas de una conciencia caleidoscópica. Enfrentamiento del espectador de un mundo de imágenes verbales – no ilusorias y eminentemente poéticas – donde su realidad personal habrá de precipitarse en sus propios abismos oníricos.

Esther Seligson.










LA NIÑA CALVA

En el fondo de una caverna, ante un espejo enmohecido, la madre peina en su imaginación los cabellos de una niña calva de finísimas facciones aceradas. En un momento de la escena, la niña develará las dos cavidades siniestras que hacen las veces de ojos y el par de pequeñas manitas que cuelgan en sus hombros, cubiertas por una raída capa de lana. Ambos personajes emergen de las tinieblas bañados gradualmente por un haz de luz lechoso.



LA NIÑA:
Mamá, es verdad que tengo la piel blanca y suave como los pétalos de las...  ¿Cómo dijiste que se llamaban?
LA MADRE:
                        Margaritas.
LA NIÑA:
                        ¿Es cierto? Dime ¿es cierto?
LA MADRE:
                        Sí.
LA NIÑA:
                        ¿Y el cabello como el oro, como el otoño?
LA MADRE:
                        Sí mi niña, sí.
LA NIÑA:
                        Mamá. ¿Cuándo llegará el otoño?
LA MADRE:
                        Pronto, muy pronto.
LA NIÑA:
                        ¿Cómo es?
LA MADRE:
                        ¿Qué?
LA NIÑA:
                        El otoño.
LA MADRE:
                        Como tu cabello... así es.
LA NIÑA:
                        ¿Lloras?
LA MADRE:
                        De felicidad.
LA NIÑA:
                        ¿Se llora cuando se es feliz?
LA MADRE:
                        Creo que sí.
LA NIÑA:
                        ¿Qué ves en el espejo?
LA MADRE:
                        Tus ojos.
LA NIÑA:
                        ¿Son lindos?
LA MADRE:
                        Como dos estrellas.
LA NIÑA:
¿Habitan en la oscuridad las estrellas? (Voltea hacia la Madre)
LA MADRE:
                        Sí, son hijas de la noche.
LA NIÑA:
                        Y cantan ¿verdad?
LA MADRE:
                        Cuando hay luna llena.
LA NIÑA:
Y cuando cantan una se siente triste... Yo las he escuchado muchas veces. Entonces pienso en él.  ¿Me dejarás tocarlo?
LA MADRE: (Asustada)
                        Hoy no.
LA NIÑA:
                        ¿Por qué?
LA MADRE:
                        No me lo preguntes.
LA NIÑA:
                        Lloras de nuevo.
LA MADRE:
                        No.
LA NIÑA:
                        Déjame tocarlo. Por favor, por favor.
LA MADRE:
¡Dios mío! Ella me castigará por haberlo guardado tanto tiempo.
LA NIÑA:
¿Lo ves? Tendrás que llevártelo. Déjame tocarlo. ¿Adónde lo llevarás?
LA MADRE:
                        Se lo devolveré a la tierra.
LA NIÑA:
¡Por favor, por favor! No lo hagas. (La Madre mete las manos bajo sus faldones y deposita sudorosa a los pies de la Niña un cuerpecillo informe y sanguinolento) ¿Cuándo vivirá?
LA MADRE:
                        ¡Nunca, nunca!
LA NIÑA:
                        Qué pena. Tú me dijiste que viviría.
LA MADRE:
                        Sí. Pero continúa muerto.
LA NIÑA:
                        ¿Qué es la muerte Mamá?..
LA MADRE:
                        El silencio.
LA NIÑA:
                        ¿Y dónde está?
  
LA MADRE:
Más allá de la noche; montada en la cola de un cometa se bebe las constelaciones.
LA NIÑA:
                        Déjame besarlo.
LA MADRE: (Horrorizada)
                        ¡No!
LA NIÑA:
Por favor. Sé buena. Yo en cambio te prometo ser buena también.
LA MADRE:
                        Pero hija...
LA NIÑA:
                        Sólo una vez más. Luego...
LA MADRE:
Se lo devolveré a la tierra. (Acerca el cuerpecillo a los labios de la Niña. Ésta lo besa).
LA NIÑA: (Al niño muerto)
No llores pequeñín. Dentro de poco tiempo tú también galoparás sobre la cola de un pequeño cometa. En cuanto despiertes, la muerte te amamantará todos los días igual que lo hace ella conmigo; (Se refiere a la Madre) pero su leche no sabrá a sal. Y seguramente cuando crezcas serás una estrella. Si eso pasa, no te olvides de mí, y cántame.
LA MADRE: (Cava un agujero en la tierra y deposita el cuerpo del niño)
De haber vivido... Tu hermanito, tu lindo hermanito... (Se detiene trémula).  Cuando después de la guerra quedamos sepultadas, dejé de sentir su corazón dentro de mí, quise morir con él, ser su tumba para siempre. Pero allí estabas tú frente al pedacito de espejo roto con tus dos ojos negros sonriéndole a tu imagen invisible, y pensé que tal vez... ¡Dios mío! La virgen es testigo... Lo arranqué de mis entrañas para darle a beber mi leche. Su cuerpecillo se heló en mis manos y entonces, llena de horror, lo devolví a vientre. Lo cobijé bajo mi piel y conservé la esperanza. Me decía a mí misma: duerme, solo duerme. Con mi calor calentaré su sangre, mi corazón entrará en el suyo y sus sueños serán dulces. (Lo cubre de tierra) Vivirás querido niño; vivirás montado en la cola de un pequeño cometa.

LA NIÑA: (Dulcemente)
¿Mamá? (La niña va hacia su madre. La capita cae al piso dejando al descubierto dos muy pequeños brazos que salen de sus hombros

LA MADRE:
                        Aquí estoy.
LA NIÑA:
                        Seguirás peinando mis cabellos.
LA MADRE:
                        Sí.
LA NIÑA:
                        ¿Cuándo llegará la primavera?
LA MADRE:
                        Pronto.
LA NIÑA:
Entonces me contarás un cuento. Dormiré tranquila soñando que mañana saldrá el sol, y olvidaré. ¿Por qué nunca sale el sol? ¿Por qué las margaritas ya no crecen? ¿Por qué no puedo ver mis ojos en el espejo?  ¿Por qué no tengo el pelo como el oro? ¿Dime, existió alguna vez en otro mundo, en otro lugar del universo, alguien, un solo ser hermoso y verdadero?  Por qué seguimos existiendo, madre, si ya no somos nadie.

PENUMBRA



LA MUJER DEL RELOJ.

I

Dentro de un gran reloj, la mujer duerme. Cientos de mariposillas de San Juan revolotean en el interior. Por el fondo aparece otra mujer; lleva arrastrando un vestido de novia. Se detiene y llama.

LA MUJER DEL RELOJ: (Despertando)
¿Tú de nuevo? ¿Qué quieres? ¿Insistes? ¿Por qué no tiras esa porquería y me dejas dormir? No te abriré. (La mujer del vestido le sonríe) Apestas.
LA MUJER DEL VESTIDO:
                                                Te traje un regalo.
LA MUJER DEL RELOJ:
                                                ¿Qué es?
LA MUJER DEL VESTIDO:
                                                Abre.
LA MUJER DEL RELOJ:
                                                Muéstramelo primero.
LA MUJER DEL VESTIDO:
                                                Mira. (Le muestra un espejillo de plata).
LA MUJER DEL RELOJ: (Abriendo).
¿En dónde lo encontraste? (Las mariposillas se escapan. La mujer del vestido le sonríe)
LA MUJER DEL VESTIDO:
                                                Allá.
LA MUJER DEL RELOJ:
                                                ¿Dónde?
LA MUJER DEL VESTIDO:
                                                Cerca de la coladera.
LA MUJER DEL RELOJ:
                                                Déjame verlo.
LA MUJER DEL VESTIDO:
                                                ¡No!
LA MUJER DEL RELOJ:
                                                Seguramente se le cayó a alguien y tú...
LA MUJER DEL VESTIDO:
                                                Sí.
LA MUJER DEL RELOJ:
¿Qué quieres por él? (La mujer del vestido sonríe). ¡Oh! Me repugnas. ¡Eso nunca!
LA MUJER DEL VESTIDO:
Entonces no hay espejo. (Lo acaricia). Ha de valer mucho.
LA MUJER DEL RELOJ:
                                                Déjame verme en él.
LA MUJER DEL VESTIDO:
                                                Primero dime que lo harás.

LA MUJER DEL RELOJ:
                                                No. (La mujer del vestido le sonríe).
LA MUJER DEL VESTIDO:
                                                Pensé que te gustaban los espejos.
LA MUJER DEL RELOJ:
                                                Sucia. Me repugnas.
LA MUJER DEL VESTIDO:
                                                ¿Lo harás?
LA MUJER DEL RELOJ:
                                                Sí.
LA MUJER DEL VESTIDO:
                                                Promételo.
LA MUJER DEL RELOJ:
                                                Está bien. Lo haré.
LA MUJER DEL VESTIDO: (Le muestra el espejillo temblorosa).
                                                Es bonito ¿verdad?
LA MUJER DEL RELOJ: (Retira su mano del espejo).
Sí. Pero no vale lo que pides. Vete, no he dormido lo suficiente. Tal vez más tarde.

LA MUJER DEL VESTIDO:
                                                Si tú no lo aceptas, se lo daré a otra, por nada.
LA MUJER DEL RELOJ:
                                                No te creo. ¡Vete!
LA MUJER DEL VESTIDO: (Abre la tapa que cubre la luna del espejo).
Escucha, es un espejo con música; canta. Las imágenes se reflejan en él con nitidez.
LA MUJER DEL RELOJ: (Llamada por la tentación trata de tomarlo, luego se retracta)
                                                No. Quizás sea mejor no verme, así no envejeceré.
LA MUJER DEL VESTIDO:
El tiempo pasa; no importa que no observes en él tu imagen.
LA MUJER DEL RELOJ:
                                                No para mí.
LA MUJER DEL VESTIDO:
                                                Deberías verte en el espejo.
LA MUJER DEL RELOJ:
                                                Soy bella.
LA MUJER DEL VESTIDO:
Cada día tu piel se arruga como una ciruela puesta en el sol. Tus ojos pierden el brillo de la juventud. La muerte te espera al otro lado.
LA MUJER DEL RELOJ: (Con un sobresalto)
                                                Tú no estás mejor que yo.
LA MUJER DEL VESTIDO:
                                                Existimos para esperar su llegada.
LA MUJER DEL RELOJ:
                                                ¿No te cansas de arrastrar ese horrible vestido?
LA MUJER DEL VESTIDO:
                                                Sí.
LA MUJER DEL RELOJ:
Entonces por que no lo tiras, o lo quemas, o lo entierras
y te olvidas de él.
LA MUJER DEL VESTIDO:
                                                Porque soy yo.
LA MUJER DEL RELOJ:
                                                Lo que nunca fuiste.
LA MUJER DEL VESTIDO:
Eres hiriente. Ese día el tiempo se detuvo para mí. Seguiré siendo este vestido hasta el final.
LA MUJER DEL RELOJ:
                                                También huyes del tiempo.
LA MUJER DEL VESTIDO:
                                                Eso nos hermana.
LA MUJER DEL RELOJ:
                                                Puede ser.
LA MUJER DEL VESTIDO:
Las dos estamos detenidas. Yo en mí vestido de novia y tú en tu hermosura, en tu juventud. Son lindos tus ojos. ¿Quién   te visita   de noche?
LA MUJER DEL RELOJ:
                                                ¡Nadie!.
LA MUJER DEL VESTIDO:
                                                No mientas. He visto a ese hombre. ¿Lo harás?
LA MUJER DEL RELOJ:
                                                ¡No! No a cambio del espejo.
LA MUJER DEL VESTIDO:
                                                ¿De qué entonces?
LA MUJER DEL RELOJ:
Cuando todo acabe, tendrás que enterrarme junto con tu vestido. De ese modo nunca envejeceré.
LA MUJER DEL VESTIDO:
                                                ¡Nunca!
LA MUJER DEL RELOJ:
Entonces puedes irte. Además, nadie me visita, nadie me ha visitado nunca. Viviré dentro de mi reloj hasta el momento en que por casualidad encuentre la pistola que guardo bajo mi almohada. La tomaré pensando que es una florecilla, oleré su cálido perfume y sin darme cuenta... por descuido... ¡Será horrible! Me sobresalto con solo imaginarlo. ¡Mi rostro ya no será mío! Perderá su textura, en un segundo será una masa informe, de nadie, hecha de huesos partidos y piel ensangrentada. ¡No seré yo! Tu espejo no me sirve; no haría sino recordarme que el momento se acerca.
LA MUJER DEL VESTIDO:
                                                Puedes no mirarte en él.
LA MUJER DEL RELOJ:
No creo resistirlo. Escucha: me verás con tu vestido puesto, y sobre mí el cuerpo incendiado de ese hombre, sólo a cambio de lo que te he pedido.
LA MUJER DEL VESTIDO:
                                                Sería como enterrarme a mí misma.
LA MUJER DEL RELOJ:
¿Y eso qué puede importarte? Tendrás lo que quieres, y yo
viviré eternamente en la muerte. Mi belleza se prolongará infinitamente en su rostro. Si lo deseas, luego podrás matarte; la pistola está bajo la almohada.
LA MUJER DEL VESTIDO: (Suplicante)
Treinta años viví esperando sentada frente a la ventana la llegada del hombre que habría de desposarme. Durante todo ese tiempo guardé mi vestido de novia en el ropero. Me veía subiendo las escalinatas del altar llena de flores y postrarme a su lado, silenciosa. Pero nadie llegó jamás. Un día descolgué el vestido y cerré la puerta para siempre. Ahora estoy vieja. (Sonríe). Verte a ti con mi vestido puesto, sudorosa bajo el cuerpo del que pudo ser mío aunque nunca lo haya visto, soñar a menos, gemir junto contigo en un rincón es lo único que me queda. Después...
LA MUJER DEL RELOJ:
Después ¿qué? ¿Qué harás después? ¿Arrastrar tu vestido por la mierda hasta pudrirte? Pides demasiado.

LA MUJER DEL VESTIDO:
                                                Nunca he matado a nadie.
LA MUJER DEL RELOJ:
No tendrás que hacerlo. Sólo llenarás de tierra un agujero
negro. Puedes pensar mientras lo haces que en el fondo descansa un recuerdo.
LA MUJER DEL VESTIDO:
                                                Pero estarás mirándome.
LA MUJER DEL RELOJ:
                                                Cerraré los ojos.
LA MUJER DEL VESTIDO:
                                                ¡El eco de tu corazón lo llenará todo!
LA MUJER DEL RELOJ:
Imaginarás que es un tren que pasa. Cuando se pierda en la distancia podrás rezar. ¡Pero no pongas una cruz sobre mi tumba! No trates de engañarme.
LA MUJER DEL VESTIDO:
                                                Me horroriza la idea.
LA MUJER DEL RELOJ:
¿Y yo? ¿Crees que es fácil para mí llevar a cabo tu deseo, ser tu espera, traer ese minuto inerte del pasado y darle forma ante tus ojos? ¿Soportar la pestilencia de tu vestido y el galope de una bestia sobre mi cuerpo?
LA MUJER DEL VESTIDO:
                                                ¿Por qué he de enterrarte con lo único que guardo?
LA MUJER DEL RELOJ:
                                                Por que de otro modo sería demasiado fácil.
LA MUJER DEL VESTIDO:
                                                Acepta el espejito.
LA MUJER DEL RELOJ: (Se lo arrebata y lo estrella contra le piso).
                                                ¡Al diablo con tu espejo!
LA MUJER DEL VESTIDO:
                                                ¡Eres cruel!
LA MUJER DEL RELOJ:
Me enterrarás con tu vestido puesto o no hay trato.
LA MUJER DEL VESTIDO:
                                                Me apresarán.
LA MUJER DEL RELOJ:
¿Aquí? No seas idiota. ¿Quién? Tus ojos serán los únicos
testigos, serás tu propio juez. Y si luego, cuando hayas apisonado bien la tierra no te soportas, ya lo sabes, algo frío te espera bajo mi almohada.
LA MUJER DEL VESTIDO: (Con cierto temor)
                                                ¿Quién te visita de noche?
LA MUJER DEL RELOJ:
Ese que viste. Llegó con la luna, me miró y se fue. No le abrí la puerta. Dudo que regrese.
LA MUJER DEL VESTIDO:
Lo hará; aún eres bella. (Le ofrece el vestido) Toma; póntelo en cuanto obscurezca, yo estaré observándote. Y si no llega hoy... mañana... mañana. (Exaltada) ¡O cuando la sangre le hierva y no pueda contenerse!             Sabremos esperar. Mi vestido será tu anzuelo. Bajo la luna una luz nacarada bañará tu rostro. Excitarás los sentidos de la bestia y acabará por devorarte. Si no hubieras roto el espejillo... ¿No te arrepentirás?
LA MUJER DEL RELOJ: (Tomando el vestido).
                                                No.
LA MUJER DEL VESTIDO:
Seré delicada, no sentirás llegar la muerte. (Trémula) ¡Será horrible! Promete que no te moverás. No soportaría verte retorciéndote de asfixia.
LA MUJER DEL RELOJ: (Tomándola de la garganta)
                                                ¡Cierra el pico!
LA MUJER DEL VESTIDO:
                                                ¡Me lastimas!
LA MUJER DEL RELOJ:
                                                ¡Lo harás aunque mis ojos salten de sus órbitas!
LA MUJER DEL VESTIDO:
                                                Sí. Lo haré, prometo que lo haré.
LA MUJER DEL RELOJ: (La suelta)
Estúpida. ¡Si te acobardas te destripo viva! Vete; y regresa esta noche.




LA MUJER DEL RELOJ.

II


La luna ilumina las siluetas de los amantes dentro del reloj. No lejos de ahí, la mujer del vestido observa la escena extasiada. Al cabo de un tiempo el hombre sale del reloj para perderse lentamente en la distancia. La mujer del vestido se acerca


LA MUJER DEL RELOJ:
                                                Está hecho.
LA MUJER DEL VESTIDO:
                                                Sí. Cumpliré mi parte.
LA MUJER DEL RELOJ:
                                                Espera, aún no.
LA MUJER DEL VESTIDO:
Te ves hermosa con el vestido puesto, como una estrella. Un suave rubor incendia tus mejillas. Cuéntame, ¿qué te decía mientras galopaba sobre ti?
LA MUJER DEL RELOJ:
                                                Eso no te importa.
LA MUJER DEL VESTIDO:
                                                Quiero saberlo todo.
LA MUJER DEL RELOJ:
                                                Ese no fue el trato.
LA MUJER DEL VESTIDO:
                                                No puedes guardar para ti algo que me pertenece.
LA MUJER DEL RELOJ:
                                                Fue mío.
LA MUJER DEL VESTIDO:
                                                Y yo suya.
LA MUJER DEL RELOJ:
                                                Sólo en tu imaginación.

LA MUJER DEL VESTIDO:
¿Y qué? Bajo él, bajo su cuerpo cobrizo yo sonreía. Nadaba en mis adentros como un tiburón. Me embestía hasta el llanto. La presencia de lo inaudito encrespaba toda mi piel. Mi cuerpo era agua, sal marina, vapor. Me elevé sobre los ríos, más allá de las altas montañas, sobre las estrellas. Fui la vida y la muerte en una sola hasta que vibrante, con todos mis músculos en movimiento me fundí con el sol, querida. Una última respiración, larga como la existencia, me devolvió mi forma sobra la tierra
LA MUJER DEL RELOJ:
                                                Fue tu fantasía.
LA MUJER DEL VESTIDO: (Le sonríe)
¿De qué te servirán sus palabras en la muerte? No pido mucho; déjame conservarlas como recuerdo.
LA MUJER DEL RELOJ:
                                                No dijo nada.
LA MUJER DEL VESTIDO:
                                                No lo creo.
LA MUJER DEL RELOJ:
Era uno de esos extraños especimenes silenciosos. Hizo lo que quería y se fue.
LA MUJER DEL VESTIDO
                                                ¡Mientes!
LA MUJER DEL RELOJ:
                                                No vuelvas a decir eso.
LA MUJER DEL VESTIDO:
                                                ¡Mientes! ¡Mientes!
LA MUJER DEL RELOJ:
                                                ¡Lárgate! Me repugnas.
LA MUJER DEL VESTIDO:
                                                Aún tenemos algo pendiente.
LA MUJER DEL RELOJ:
¡Nada! No pondría mi muerte en tus manos. Hiedes. Leo en tus ojos la traición.

LA MUJER DEL VESTIDO:
                                                ¡Estás loca!
LA MUJER DEL RELOJ: (Extasiada)
Es cierto. Me embestía hasta el llanto. Fue maravilloso. No moriré.
LA MUJER DEL VESTIDO:
                                                ¡Te prometió que regresaría!
LA MUJER DEL RELOJ:
                                                Puede ser.
LA MUJER DEL VESTIDO:
                                                 Qué te dijo mientras rasgaba tu cuerpo.
LA MUJER DEL RELOJ: (La mira fríamente)
                                                Puedes imaginarlo.
LA MUJER DEL VESTIDO:
                                                ¡Responde!
LA MUJER DEL RELOJ: (Con ironía)
                                                Lo sabes. Fuiste suya.
LA MUJER DEL VESTIDO: (Iracunda)
                                                Responde.
LA MUJER DEL RELOJ:
Sólo tres palabras antes de repartir: “Regresaré más tarde”. (La mujer del vestido se lanza hacia el reloj y toma la pistola bajo la almohada) ¿Qué haces?
LA MUJER DEL VESTIDO:
                                                Morirás de todas formas.
LA MUJER DEL RELOJ:
                                                Eres cobarde.
LA MUJER DEL VESTIDO:
Morirás. Y yo luciré al fin mi vestido de novia. Un hoyo negro te espera al filo del barranco.

LA MUJER DEL RELOJ: (Insegura.)
                                                Dudo que te atrevas.
LA MUJER DEL VESTIDO:
Pues espera a verlo. (Dirige el arma al vientre de la mujer del reloj.)
LA MUJER DEL RELOJ: (Sorprendida)
                                                ¡Está cargada idiota!
LA MUJER DEL VESTIDO:
Peor para ti. Quítate el vestido. (La del reloj lo hace) No me gustaría lucirlo con un agujero.
LA MUJER DEL RELOJ:
                                                Te daré lo que pidas.
LA MUJER DEL VESTIDO:
                                                Tienes miedo. ¡Transpiras! Híncate. (La mujer del reloj lo hace) Te dejaré sin rostro.
LA MUJER DEL RELOJ:
                                                ¡No!
LA MUJER DEL VESTIDO:
¡Reza, reza maldita! Me veré hermosa bajo la luna. La bestia incendiará mis cabellos. Cabalgaremos juntos hasta el amanecer.
LA MUJER DEL RELOJ:
                                                ¿Y que harás cuando te descubra?..
LA MUJER DEL VESTIDO:
Para entonces, todo estará acabado.

Le dispara entre los ojos. Se pone el vestido de novia y arrastra el cuerpo hacia el fondo. Se le ve arrojarlo en una fosa, cubrirlo de tierra y regresar majestuosa; hija de la noche. Radiante, se acomoda dentro del reloj y espera. Al cabo de un tiempo regresa el hombre, toca, la puerta se abre y entra. La luna se oculta entre las nubes.         

 PENUMBRA















EL SUICIDA


Un andén. A través de un túnel, las vías del tren se pierden en la distancia. El suicida, portafolio en mano, espera.

Voz off- El suicida despierta rodeado de muñecos. Rostros mecánicos animados por hilos y resortes, materiales hirientes, cuerpos horribles; una bailarina. Imágenes siniestras con la facultad del habla cuyas voces parecen provenir de todas partes, o de un interior hueco, o de un sueño sin fin ni principio en donde la fantasía y la imaginación se mezclan en un encuentro terrible.


EL SUICIDA:
                                    Soy yo.

Voz off- Entonces, de ninguna parte o más allá de la noche, cientos de pequeñas puertecillas se abren respondiendo a un mecanismo interior ineludible; y como los antiguos relojes de cucú un resorte expulsa al exterior caras plásticas de niños muertos que cantan una triste melodía. De las cuencas de sus ojos emana una luz blanquecina. Se escuchan campanadas, luego el recuerdo. Las botargas se proyectan en el espacio como nacidas de entre los muros.

EL SUICIDA:
                                    Soy yo.

Voz off- El rechinar de los mecanismos da paso al movimiento. Las marionetas se despabilan silenciosas imitando torpe y delicadamente la vida.

EL SUICIDA:
                                    Hace tiempo aprendí que la existencia es sólo una ilusión.
LOS NIÑOS:
                                    Nosotros éramos el futuro, ahora estamos condenados.
LA BAILARINA:
                                    La guerra se llevó mis piernas.
EL SUICIDA:
                                    Es hora de morir de nuevo.
LOS FRACASADOS:
Creímos que todo era sencillo. Y el mundo continuó su marcha. Un día todo se llenó de humo, las cenizas cubrieron las ciudades; se perdió para siempre la esperanza.
LA ESPERANZA:
                                    ¿Cuándo vendrán los pájaros?
EL OLVIDO:
                                    No lo sé.
LA ESPERANZA:
                                    Nunca.
LOS RELIGIOSOS:
                                    ¡Dios no existe! Nos engañaron. ¡Seguimos esperando!
EL POLÍTICO:
¡La paz está al alcance de nuestras manos! Sólo falta terminar la
guerra.
CRISTO:
                                    Hombres de poca fe.
EL SUICIDA:
                                    Es hora de morir de nuevo.
EL REFLEJO:
                                    Me perdí en mi propia imagen. Ahora busco mi cuerpo.
LOS NIÑOS:
                                    ¡Déjenos salir de aquí, por favor!
LA MUJER:
                                    ¿Qué hora es?  ¿Qué hora es?
LOS FRACASADOS:
                                    No supimos escucharnos. Fuimos demasiado egoístas.
EL POLÍTICO:
¡No más hambre! ¡No más injusticias! El futuro nos depara tiempos mejores. Habrá que trabajar el triple.
LA BAILARINA:
El sol dejó de brillar hace mucho. ¡Guerra! Regrésame mis piernas.
LOS NIÑOS:
                                    ¿Por qué nos han encerrado? No hay futuro.
LOS RELIGIOSOS:
Esperamos. Esperamos siempre. ¡Dios! ¿Escuchas? ¿Qué ha sido de ti? ¿Existes? ¡Dios! ¡Responde! Nos engañaron. Todas las creencias son absurdas.
LOS FRACASADOS:
                                    Era necesario aferrarse a algo.
LOS NIÑOS:
                                    Tenemos miedo.
LAS RISAS: (Ríen)

EL SUICIDA:
                                     ¡Silencio!
EL REFLEJO:
                                     ¿Alguien encontró mi cuerpo? (Se rompe un espejo)
LOS FRACASADOS:
La humanidad se confió demasiado, aún sonreía esperanzada. Gustaba de su mediocre existencia, creía en sí misma, inventaba felicidad. Ahora todos los caminos están cerrados.  No quiere darse cuenta. Nada la conmueve.
LA MUJER:
                                    ¿Qué hora es?  ¿Qué hora es?
LA ESPERANZA:
                                     ¡Quiero vivir! ¡Quiero vivir!
LAS RISAS: (Ríen)

EL SUICIDA:
                                    ¡Silencio! ¡Basta!
LAS VÍRGENES: (Cantan el Ave María)


EL REFLEJO:
                                    ¡Luz! ¡Quiero luz!
LOS NIÑOS:
                                    Dejó de brillar la última estrella.
LA MUJER:
                        ¿Qué hora es?  ¿Qué hora es? ¡Por favor!  
Se escucha a lo lejos un tren.

LOS NIÑOS:
                                    ¡Queremos ser libres!
LOS FRACASADOS:
                                    Se acerca.
UNOS:
                                    ¿Quién?
OTROS:
                                    ¿Quién?
LOS RELIGIOSOS:
                                    Se acerca.
EL SUICIDA:
                                    Es la hora.
LAS VÍRGENES: (Rezan)

EL SUICIDA:
                                    Déjenme pasar. (El ruido del tren se intensifica).
EL POLÍTICO:
                                    El poder es el único Dios.
LOS FRACASADOS:
                                    Todo acabó ya. El final se acerca.
LOS RELIGIOSOS:
                                    ¡Dios, responde!
EL SUICIDA:
                                    ¡A un lado! A un lado, necesito morir.
LA MUJER:
                                    ¡Señor, su portafolio!
EL SUICIDA:              (Recogiendo desesperadamente el contenido)
                                    ¡Malditos papeles!

Las vírgenes cantan de nuevo, las risas ríen, el sonido del tren se mezcla con el llanto de la bailarina que busca a voces sus piernas y con los lamentos del reflejo que busca su cuerpo.

LA MUJER:
                                    ¿Qué hora es? Señor, se lo suplico, antes de morir déme la hora.
EL SUICIDA:
No uso reloj. (La mujer busca en la muñeca del suicida con ansiedad). Por favor, déjeme en paz. ¿No se da cuenta de mi situación?
LA MUJER:
                                    ¡La hora! ¡La hora! (El tren se aproxima estrepitosamente)
EL SUICIDA:
Entienda, no tengo tiempo. (Una intensa luz baña los rostros de
los personajes. El tren anuncia su llegada con fuertes silbidos. Todos aguardan inmóviles y silenciosos. Se escucha el estruendo terrible de las ruedas metálicas sobre los rieles).

LOS FRACASADOS:
Nada importa ya. Hemos fracasado. Todo intento es inútil; la humanidad perdió la batalla.

El suicida se arroja sobre las vías y el tren pasa como un huracán de proporciones inimaginables sobre su cuerpo. La escena queda vacía. Al cabo de unos momentos el suicida trepa dificultosamente al andén. De entre una espesa neblina emerge radiante la prostituta.

LA PROSTITUTA:
                                    ¿Me regalas un cigarro?
EL SUICIDA:            (Busca en sus bolsillos)
                                    Toma. Es el último que me queda.
LA PROSTITUTA:
                                    Gracias. Muchas gracias. ¿Es tuyo ese portafolio?
EL SUICIDA:            (Lo descubre en los durmientes)
Sí. (Se lanza sobre las vías y recoge el contenido) ¡Malditos papeles! (Vuelve a subir).
LA PROSTITUTA:
                                    ¿Esperas a alguien?
EL SUICIDA:
                                    No.
LA PROSTITUTA:
                                    ¿Vas a algún lugar?
EL SUICIDA:
                                    No.
LA PROSTITUTA:
                                    Te ves triste.
EL SUICIDA:
                                    No he dormido.
LA PROSTITUTA:
¡Vaya! ¿Tú también? (El suicida aprueba con la cabeza). Los andenes están vacíos.
EL SUICIDA:
                                    Los que estaban aquí ya se fueron.
LA PROSTITUTA:
                                    Por lo que veo llegué justo a tiempo.
EL SUICIDA:
                                    Más bien un poco tarde.
LA PROSTITUTA: (Dulce)
A esta hora, allá, (señala con la mano) en donde la vista no penetra la niebla, principia un largo camino hacia ninguna parte. ¿Lo ves? La vía se oculta bajo mi pálido rostro. Nos tocamos codo dos amantes. Se respira diferente. Los durmientes son el asenso al lugar de nadie.
EL SUICIDA:
                                    No entiendo.
LA PROSTITUTA:
                                    ¿Has caminado alguna vez por la vía?
EL SUICIDA:
                                    No.
LA PROSTITUTA:
Se tiene la sensación de estar penetrando en un secreto. Cuando atravieses la espesa capa de niebla y no puedas ver más allá de ti mismo, podrás escuchar mi verdadera voz.

EL SUICIDA:
                                    ¿Tu voz? ¿Tu verdadera voz? Bromeas.
LA PROSTITUTA:
                                    Es cálida, como el amor. Vamos, deja de temerme.
EL SUICIDA:
                                    No temo. Es sólo que me sorprenden tus palabras.
LA PROSTITUTA:
                                    Tiemblas. Como un azogado.
EL SUICIDA:
                                    Hace frío.
LA PROSTITUTA:
                                    Un poco. ¿Qué guardas en ese portafolio?
EL SUICIDA:
Papeles, papeles sin importancia. Algo así como la historia de mi vida.
LA PROSTITUTA:
                                    ¡Entiendo! ¡Una autobiografía!
EL SUICIDA:
                                    ¡Sí, más o menos!
LA PROSTITUTA:            (Sacando una pequeña anforita dorada de su bolso.)
Toma. Te hará bien. (El suicida bebe el contenido). Cuéntame más de esos papeles.
EL SUICIDA:
                                    No hay mucho que decir.
LA PROSTITUTA:
                                    Pensándolo bien, eres gracioso.
EL SUICIDA:
                                    ¿Qué tengo de gracioso?
LA PROSTITUTA: (Con cierta ironía).
                                    ¿Por qué no abordaste el tren?
EL SUICIDA:
                                    De alguna manera lo hice.
LA PROSTITUTA:
                                    ¡Vaya! (Ríe) Ya veo.
EL SUICIDA:
                                    Hace tiempo que intento suicidarme.
LA PROSTITUTA: (Ríe)
                                    Al menos tienes sentido del humor.
EL SUICIDA:            (Molesto)
                                    Debo irme. Tengo muchas cosas que pensar.

LA PROSTITUTA:
                                    ¿Adónde irás?
EL SUICIDA:
                                    No lo sé.

LA PROSTITUTA:          
Espera. Me sentaré aquí, al borde del andén, me contarás algunas
cosas de tu vida, pondré mi cabeza en tu hombro y tomados de la mano aguardaremos. Vamos, no temas.
EL SUICIDA:
                                    ¿Qué puede importarte a ti lo mío?
LA PROSTITUTA:
Más de lo que te imaginas. Podríamos caminar hasta donde la vía se pierde en la niebla. Te cantaré una canción. También podría arrullarte mientras duermes.
EL SUICIDA:
Hace apenas unos momentos me arrojé bajo las ruedas del tren que pasa por aquí, ¿y tú quieres que te cuente mi vida, cantarme una canción, arrullarme?
LA PROSTITUTA:
                                    ¿Por qué no?
EL SUICIDA:             
Es estúpido.
LA PROSTITUTA:
                                    A mi no me lo parece.
EL SUICIDA:
                                    ¡Fracasé en mi intento!
LA PROSTITUTA:
                                    No lo creo.
EL SUICIDA:
                                    ¡Estoy vivo!
LA PROSTITUTA:
                                    Toca tu corazón.
EL SUICIDA:            (Lo hace)
                                    ¡Nada late dentro de mí!
LA PROSTITUTA:
                                    Estás muerto.
EL SUICIDA:
                                    ¡No puede ser!
LA PROSTITUTA:
                                    Vamos, deja de temerme.
EL SUICIDA:
                                    ¡Quién eres!
LA PROSTITUTA:
Es una lástima, que no dejaras esos papeles allá, del otro lado. Ahora nadie sabrá de ti.
EL SUICIDA:             (Hechizado)
                                    Eres hermosa.
LA PROSTITUTA:
                                    Soy la muerte. Tengo el aliento de un niño. Bésame.
EL SUICIDA:             (La besa)
                                    Pero, ¿esto es la muerte? ¿Un andén vacío y una prostituta?
LA PROSTITUTA:
                                    No precisamente. Ven, caminemos por los durmientes.

EL SUICIDA:
                                    ¿Adónde me llevarás?
LA PROSTITUTA:
No lejos de aquí, escucharás mi verdadera voz bajo la niebla. Ven; por favor, deja de temblar. No olvides tu portafolio. (El suicida recoge el portafolio y salta a las vías) Dame la mano. ¿Aún tienes frío?
EL SUICIDA:
                                    No. Eres tibia. (Caminan.)
LA PROSTITUTA:
Cuando hayamos llegado, no veas mi rostro; podría parecerte horrible. Entrarás por mis ojos, viajarás a través de ellos. No te acobardes ante la sensación del vértigo, será una larga caída hacia mis adentros. En el fondo encontrarás el mar. ¿Puedo hacerte una pregunta?
EL SUICIDA:
                                    Sí.
LA PROSTITUTA:
                                    ¿Por qué me elegiste? (Se pierden entre la niebla).
EL SUICIDA:
Tal vez por que eres lo más verdadero que existe en el mundo. La humanidad fracasó en su intento. Perdió la partida. Todo se derrumba al otro lado.

La escena se oscurece. Una luz azulada los descubre entre la niebla. La prostituta da vueltas a la perilla de un viejo fonógrafo; Luego coloca la aguja sobre el disco y se abraza al cuerpo del suicida. El portafolio cae al piso. Un fuerte viento se lleva consigo los papeles. Por los ojos de la prostituta, ahora vacíos, escapan dos pájaros de vivos colores. Un tren se escucha a lo lejos cada vez más intenso; se mezcla con la música hasta hacerse presente, y como un huracán de proporciones inimaginables pasa ante los ojos de los espectadores, perdiéndose en la distancia.

PENUMBRA




EL CADÁVER Y EL MAQUILLISTA


En la habitación de un hotel de mala muerte, El Cadáver vigila ante un espejo la tímida habilidad del Maquillista, que transforma su rostro en el silencio. Entre la penumbra un ataúd espera.  En un rincón un ramo de flores lilas.

EL CADÁVER:
                                    ¿Tardarás mucho todavía?
EL MAQUILLISTA:
                                    Un poco.
EL CADÁVER:
                                    ¿Cuánto?
EL MAQUILLISTA:
                                    No lo sé. Un poco.
EL CADÁVER:                           
¿Es feo mi rostro?
EL MAQUILLISTA:
                                    No.
EL CADÁVER:                           
¿Es bello?
EL MAQUILLISTA:
Lo es. Quizá, haga falta más rubor. Seré delicado, no te muevas. ¿Qué día es hoy?
EL CADÁVER:                           
Cualquier día. No tiene importancia.
EL MAQUILLISTA:
                                    Pronto terminaré.
EL CADAVER:
                                    Todo terminará. (Lo mira con fijeza)  ¿Por qué te detienes?
EL MAQUILLISTA:
                                    No. No es nada.
EL CADÁVER:
                                    ¿Dudas?
EL MAQUILLISTA: (Continúa con energía).
                                    No.
EL CADÁVER:
                                    ¡Dudas!
EL MAQUILLISTA
                                    Dudé hace mucho tiempo.
EL CADÁVER:
                                    ¿Cuándo?
EL MAQUILLISTA:
                                    Cuando aún tenía esperanza. (Tiembla)
EL CADÁVER:
                                    ¡Cobarde! Termina, tengo frío.
EL MAQUILLISTA:
                                    ¿Y el placer? Tu piel es parte del juego.

EL CADÁVER:
                                    ¿Cómo entregarte a él si temes?
EL MAQUILLISTA: (Rígido)
                                    Pondré un poco de azul en tus párpados.
EL CADÁVER:
                                    Responde.
EL MAQUILLISTA:
                                    Luego peinaré tus cabellos.
EL CADÁVER:
                                    ¡Responde!
EL MAQUILLISTA:        (Lo toma con suavidad)
                                    Espera, todo se hará como está dispuesto.
EL CADÁVER:
                                    ¡Suéltame!
EL MAQUILLISTA: (Con desesperación)
                                    Baja la voz.
EL CADÁVER:
                                    ¡Sucio!  Transpiras. Te apesta la boca.
EL MAQUILLISTA:
                                    Siéntate. (Lo acaricia) ¿Estás mejor?
EL CADÁVER:
                                    Sí. Bésame ahora.
EL MAQUILLISTA:
                                    Aún no.
EL CADÁVER:
                                    ¡Bésame!
EL MAQUILLISTA:
                                    Lo haré después.
EL CADÁVER:
                                    ¿Por qué?
EL MAQUILLISTA:
                                    Porque un beso puede devolvernos la esperanza...
EL CADÁVER:
¡De nuevo la esperanza! Estamos aquí para otra cosa. ¿Recuerdas? Tú lo dijiste: mi piel es parte del juego, mis labios son parte del juego. Todo terminará, pero no a partir de lo que añoras; si no precisamente por que ya no hay nada que añorar. Se extravió el azoro. Toda la caridad humana es falsa. Estamos al borde del abismo, y tiemblas. Atrás se extiende el desierto y tú te empeñas en pintarle flores. Te aterroriza lo que sigue ahora; le temes a tu soledad. No existe la esperanza. ¿Comprendes? ¡No existe, no existe! Nos engañaron. Uno tiene fe y continúa existiendo por que piensa en el final. Se vive por que se muere. Esta es la respuesta. Todo lo demás se pudre dentro del sueño del poder y el egoísmo.
EL MAQUILLISTA:
                                    No tengo miedo.
EL CADÁVER:
Apenas ayer en la oficina me sonreíste al pasar, tal y como lo hiciste el primer día de trabajo, acomodando los archivos. Vestías ese ridículo traje azul oscuro abrillantado por la plancha.

EL MAQUILLISTA:
Sí... sí.
EL CADÁVER:
Desde entonces juramos guardar el secreto... Lo juro, dijiste. Yo sabia de este cuarto de hotel y bueno, lo demás fue cuestión de tiempo. La primera vez... ¿Recuerdas? No me negaste nada, el ritual transcurrió sin tropiezos, todo estuvo en su lugar. En cambio hoy...
EL MAQUILLISTA:
¡Nada! Todo es igual. Si acaso esta escenografía y un poco de pintura... 

EL CADÁVER: Soy tu jefe.

EL MAQUILLISTA: Solo en la oficina... aquí, una hermosa flor carnívora.

EL CADÁVER:
                                    Bésame entonces.
EL MAQUILLISTA:
¿Y borrar el tono de tus labios? No, todo perdería su encanto, la fascinación del juego.
EL CADÁVER: (Se restriega el rostro con ambas manos)
¡Lo sabía! Al demonio con el maquillaje. Tú ideaste esta mentira. Lo haremos a mi modo. ¡Sin flores, ni cirios, ni espejos! Solo el ataúd.
EL MAQUILLISTA: (Desesperado)
                                    ¡Tendré que empezar de nuevo!
EL CADÁVER:
                                    ¡No tendrás que empezar nada!
EL MAQUILLISTA:
                                    Has roto el encanto.
EL CADÁVER:
                                    ¡Yo no me siento encantado con la cara llena de esta mierda!
EL MAQUILLISTA: (Suplicante)
                                    Regresa a tu silla.
EL CADÁVER:
                                    Tu fragilidad me asusta.
EL MAQUILLISTA:
Por favor, por favor, continuemos; haré mi parte de acuerdo a lo planeado. La hoja del cuchillo rozará tu carne con tal precisión que no sentirás nada; no emplearé más fuerza de la necesaria. Ni siquiera sabrás que la muerte como una ilusión ha llegado. Después, cerraré la tapa. Déjame retocar tu maquillaje. Te verás hermosa dentro del féretro. Tu piel blanca sobre el terciopelo verde. Colocaré en tus brazos el ramo de flores lilas, prenderé los cirios y rezaré por ti, dentro de ti, hasta que llegue el día.
EL CADÁVER: (Suenan cuatro campanadas. El Cadáver se sienta de nuevo y retoma el ritual)
Las cuatro. ¿Y qué sucederá mañana cuando yo esté muerto? ¡Por que estaré muerto!
EL MAQUILLISTA:
                                    Dentro del féretro. (Tiembla)

EL CADÁVER:
                                    ¿Qué harás conmigo?
EL AMQUILLISTA:
                                    Te visitaré todas las noches, pondré flores frescas en tus manos.
EL CADÁVER:
¿Y después de algún tiempo, cuando mis labios ya no sean míos y mi piel se haya puesto amarillenta como la grasa de la leche, mis piernas rígidas, mis ojos incoloros e informes y en vez de pechos tenga dos cavidades?
EL MAQUILLISTA:
Nada de eso me detendrá. Besaré tu boca y acariciaré tus
pechos con igual placer.
EL CADÁVER:
                                    ¿Y qué harás con el olor? La gente se dará cuenta; te delatarán.
EL MAQUILLISTA:
                                    Puedes ponerte de pie.
EL CADÁVER:
                                    Contesta.
EL MAQUILLISTA: (Con dulzura)
                                    Quedaste perfecta.
EL CADÁVER:
                                    ¡Contesta!
EL MAQUILLISTA:
Tapiaré las ventanas, polvearé tus mejillas, ¡perfumaré tu cuerpo! (Llora) Por favor, hagámoslo de una vez.
EL CADÁVER:
                                    Aún no.
EL MAQUILLISTA:
                                    Ahora eres tú el que teme. ¡Es el momento!
EL CADÁVER:                           
Quiero cerciorarme de que no lo harás realmente.
EL MAQUILLISTA:
                                    ¿Qué quieres decir con realmente?
EL CADÁVER:
                                    He estado observando tus ojos.
EL MAQUILLISTA:
                                    ¿Qué tienen?
EL CADÁVER:                           
Un brillo extraño.
EL MAQUILLISTA:
                                    Es la luz de la luna.
EL CADÁVER:
Antes... quiero decir en otras ocasiones no brillaban igual. Ahora hay algo fiero en ti... presiento que esta vez has afilado el cuchillo.
EL MAQUILLISTA:
                                    ¡No!
EL CADÁVER:
   Fuiste demasiado convincente cuando hablaste de lo que harías con él.

EL MAQUILLISTA:
                                    Sin embargo eso te inflamó de placer.
EL CADÁVER:
                                    Sentí miedo.
EL MAQUILLISTA:
Una sonrisa tenue, apenas perceptible se dibujó en tus labios. Un rubor intenso en tus mejillas, un temblor de fuego en tus ojos y el golpe de tu respiración.
EL CADÁVER:
Muéstrame el cuchillo. (El Maquillista guarda silencio) ¡No me prestaré al juego si no lo haces!
EL MAQUILLISTA:
Un juego, claro, un juego que no es otra cosa sino nosotros mismos. Muy en el fondo, en nuestros sueños, ese juego respira, tiene un corazón que late; es parte de nuestra realidad.
EL CADÁVER:
Antes no me embadurnabas la cara con estas porquerías. ¡No querías verme a mí! Mi verdadero rostro no te hubiese dejado cometer el crimen.
EL MAQUILLISTA:
                                    ¿De qué hablas?
EL CADÁVER:
                                    ¡Esta vez querías matarme, matarme realmente!
EL MAQUILLISTA:
                                    Terminemos.
EL CADÁVER:
                                    Muéstrame el cuchillo.
EL MAQUILLISTA:
Si lo hago, y después de cerciorarte de que sólo
se trata de una utilería, ¿te meterás en la caja?
EL CADÁVER:
                                    Sí.
EL MAQUILLISTA:
Está bien. (Lo saca de entre sus ropas) Míralo. (El Cadáver observa el cuchillo detenidamente) ¿Podemos continuar?
EL CADÁVER:
                                    ¿Me sacarás cuando salga el sol?
EL MAQUILLISTA:
                                    Lo haré. (Se miran durante largo tiempo)
EL CADÁVER:
            (Entrando al féretro)
                                    Prométeme que será la última vez.
EL MAQUILLISTA:
Lo prometo. (Coloca las flores entre las manos del cadáver) Seré delicado. (Enciende los cirios).
EL CADÁVER:
Entra, entra en mí. Bésame... ¿por qué no me besas? No podrías vivir sin esto...  ¿verdad amor? Tú eres un niño y yo el sepulcro de la muerte; su próxima morada. Así, así, hazte presente... ¿Callas? Me gusta tu silencio. Hunde los latidos de tu corazón en mi cuerpo. Desparrama tu sangre en mis adentros; sólo esta noche. ¡Resbala, resbala! ¡Llueve! Llévame contigo. Yo no te temo. Detén el tiempo, rasga, penetra, rompe, reza ¡reza! (El maquillista reza al tiempo que desliza la hoja del cuchillo por el cuerpo del cadáver. Cuando termina, como poseído lo hunde en su cuerpo. El cadáver abre los ojos desmesuradamente jalando bocanadas de aire) ¡Lo presentía! (El maquillista cierra el ataúd, saca del cajón del tocador clavos y martillo, se encarama sobre la tapa y pone un clavo en cada esquina) ¡Abre, abre!.. (A lo lejos se escucha el tañer de las campanas) ¿De dónde has sacado los clavos? (Llora) Todo lo tenías previsto... Sácame... sácame de aquí... por favor ¡por favor!.. (El maquillista apaga los cirios lentamente)

EL MAQUILLISTA:        (Con dulzura.)
Recuerda, se vive por que se muere. Tú lo dijiste. ¿Ya no hablas? ¡Vaya! La muerte ha llegado... Espero que nadie te extrañe en la oficina. Aunque no lo creo, siempre fuiste insignificante.
EL CADÁVER: (Con voz apenas audible)
                                    El olor...  el olor...
EL MAQUILLISTA:
Ya no estaré aquí para entonces. (Sale).




PENUMBRA




EL VIEJO

RECOLECTOR


El viejo recolector observa con detenimiento sus hallazgos, sentado al borde de un basurero. Pedazos de cristal multicolores, trozos metálicos, muñecas, alambres, frasquitos, engranes enmohecidos y demás formas extrañas y objetos insólitos.


EL VIEJO: (Contando sus muñecas)
Una, dos, tres, cuatro... A esta le faltan los ojos. (El amanecer trae consigo a una bellísima niña de aspecto repugnante. Sucia en todo, menos en su cara, blanca como la leche)
LA NIÑA:
                        ¿Qué haces?
EL VIEJO:
                        Recolecto objetos.
LA NIÑA:
                        ¿Cositas?
EL VIEJO: (Sin dejar de atender su trabajo)
                        Objetos.
LA NIÑA:
                        ¿Cómo éste? (Le muestra un pedazo de madera apolillada)
EL VIEJO:
                        No.
LA NIÑA:
                        ¿Por qué no?
EL VIEJO:
                        No cualquier objeto.
LA NIÑA:
                        ¿Y por qué?
EL VIEJO:
                        Me gusta... me entretengo.
LA NIÑA:
                        ¡No! ¿Y por qué no cualquier cosita?
EL VIEJO:
                        ¡Ah! Pues tiene que ser interesante.
LA NIÑA:
                        ¿Puedo ayudarte?
EL VIEJO:
                        Si quieres.
LA NIÑA:
                        ¿Cómo?
EL VIEJO:
                        Siéntate.
LA NIÑA:
                        ¿No eres malo?
EL VIEJO:
                        No.
LA NIÑA:
                        ¿Aquí?
EL VIEJO:
                        Más cerca.
LA NIÑA:
                        ¿Pondrás tu mano sobre mis rodillas?
EL VIEJO:
                        ¡¿Qué dices?!
LA NIÑA:
                        Otros lo hacen.
EL VIEJO:
                        ¿Quiénes?
LA NIÑA:
                        Otros viejitos. (Guarda silencio) ¿Tú no?
EL VIEJO:
                        No.
LA NIÑA:
                        ¿Sabes algo?
EL VIEJO: (Absorto en su trabajo)
                        ¿Qué?
LA NIÑA:
                        Tengo un ojo azul y otro amarillo.
EL VIEJO:            (Sin verla, repara el brazo de una muñeca)
                        ¿Un ojo azul y otro amarillo?
LA NIÑA:
                        ¡Sí! Veme.
EL VIEJO: (La mira)
                        ¡Es cierto!
LA NIÑA:
                        Te gustan.
EL VIEJO:            (Embelesado)
                        Mucho.
LA NIÑA:
                        Mi mamá dice que parecen canicas.
EL VIEJO:
                        Son los ojos más bellos que he visto.
LA NIÑA:
                        Si quieres puedo prestártelos.
EL VIEJO:
                        ¿Harías eso por mí?
LA NIÑA:
                        A cambio de un cuento
EL VIEJO:
                        ¿Un cuento? (Hurga con sonrisa velada, entre cientos de cristales que guarda en una bolsita)
LA NIÑA:
                        Sí. ¿Estás seguro de que no quieres poner tu mano en mis rodillas? Te costará, cinco pesos.
EL VIEJO:
                        ¡Ah! Putilla... dame esa muñeca. (Se refiere a una que ha quedado lejos de su alcance)

LA NIÑA: (La toma)
                        Qué linda (Acariciándola) ¿Estás enojado? Está bien, sólo te cobraré tres.
EL VIEJO:            (Le quita la muñeca con suavidad)
                        ¿Y cuánto cuestan tus ojos?
LA NIÑA:
                        Si sólo te los presto, un cuento.
EL VIEJO:
                        No, no. ¿Qué desea a cambio si me quedo con ellos?
LA NIÑA:
                        ¿Para siempre?
EL VIEJO:
                        Sí.
LA NIÑA: (Sonríe)
                        Un cuento por cada uno.
EL VIEJO:
                        De acuerdo. (Intenta tomarla de la cintura para sentarla en sus piernas)
LA NIÑA:
                        ¡Si tocas mi cintura te costará dos monedas!
EL VIEJO:
                        ¡Diablo de mocosa! ¿En dónde aprendiste todo esto?  No, no llores... No llores. Siéntate y escucha.
LA NIÑA:
                        ¿Ya no me gritarás?
EL VIEJO:
                        No.
LA NIÑA:
                        ¿Lo prometes?
EL VIEJO:
                        Lo prometo. (La niña se sienta) Más allá de las estrellas...
LA NIÑA:
                        ¡No! Así no empieza un cuento.
EL VIEJO:
                        ¿Cómo entonces?
LA NIÑA:
                        Se dice: Había una vez...
EL VIEJO:                  
Pon atención. Este será un cuento maravilloso, un cuento jamás
escuchado por ningún niño de este mundo…Había una vez, más allá de las estrellas; en donde los cometas encienden sus largas colas...

Se escucha el repiqueteo de unas campanas. A lo lejos se distingue un cortejo fúnebre que marcha silencioso. Una mujer con el rostro descompuesto carga sobre su hombro un pequeño ataúd blanco. Cruzan de un lado al otro sobre el horizonte azul, dejando a su paso flores e incienso.

LA NIÑA:            (Dulcemente)
                        Nunca había escuchado un cuento.
EL VIEJO:
                        ¿Te gustó?
LA NIÑA:
                        ¡Sí mucho!
EL VIEJO:
                        Me he ganado uno de tus ojos.
LA NIÑA:
                        ¿Me contarás otro?
EL VIEJO:
                        Sí, el trato eran: dos.
LA NIÑA:
¿Puedo poner mi cabeza sobre tu hombro? Prometo portarme bien. Cerraré los ojos y escucharé con atención.

EL VIEJO:            (Le acaricia el cabello)
Había una vez una hermosa mujer que gustaba de cantar sentada sobre los durmientes de las vías en las noches de niebla... 

Una nube negra cubre el cielo. Como si emanase de la tierra, la música de un fonógrafo se desparrama en el silencio. Dos pájaros de vivos colores surcan el firmamento. A lo lejos se escucha la carrera de un tren que se aproxima aullando entre humo y fuego. Cruza como un huracán el escenario levantando a su paso cientos de hojas de papel amarillento.

EL VIEJO:
                        ¿Me darás tus ojos? Niña, niña, despierta. Me darás tus ojos. (El cuerpo de la niña se desploma sin vida) ¡Despierta, despierta! (Mira hacia todos lados) ¡No respira! ¡Dios mío! No late su corazón. (Con mano temblorosa saca de su bolsa una filosa navaja y le saca los ojos) Pobre niña blanca, (la besa) ahora perteneces a un cuento.


Le pone los ojos a la muñeca a la que le faltan, y sale presuroso por el fondo.

 

PENUMBRA




EL CRIMEN


El crimen se transpira por la piel; habla dentro de los cajones de un ropero. La asesina pasea por un amplio y derruido salón. Se escucha una vieja melodía. Al fondo: una puerta. En algún lugar una ventana velada por gruesas cortinas de terciopelo rojo mullido. El tic – tac, de un reloj inunda el lugar. En algún sitio una coqueta. En el extremo opuesto, un viejo ropero.

LA ASESINA: (Habla con un ser inexistente)
Hoy es día de fiesta. Te recuerdo en mi vientre. Había flores y un canario. (Avanza hacia la ventana) Se ha metido el sol. (Se escuchan cinco campanadas) ¿Por qué se ha metido el sol? (Habla hacia la puerta) Hijo, ¿me escuchas? (Termina de arreglarse frente al espejo) Preferiría que te pusieras el trajecito de pana... Yo sacaré del ropero mi mejor vestido y lo luciré para ti esta noche. (Relámpagos) ¡Llueve!.. (Llamando) ¡Adelaida! ... Pondré música en la vieja vitrola de tu padre y te arrullaré querido, te cantaré una canción de cuna. Como antes, cuando eras pequeño. (Gritando) ¡Adelaida!.. ¿Habrá sido capaz de irse ahora? ¿De dejarme sola? ¡Oh! No podré atender a tantos invitados. ¡Se hace tarde! ¿Qué haces hijo? Hijito, ¿me escuchas? (Se acerca a la puerta) ¿Estás allí?.. (Abre) ¿Rodolfito, Rodolfito? ¿Habrá salido con esa muchacha? ¿Y lloviendo como llueve? ¿Adónde habrán ido? Seguramente al desván o al sótano. Que tarde es. (Continúa arreglándose) ¡Adelaida! Has favor de venir aquí inmediatamente. ¿Me oyes? Ya se los he dicho; les tengo prohibido bajar al sótano. (Da un golpe en el piso) Te estoy hablando mocosa de los mil demonios; sé que están allí, puedo escuchar sus risas. ¡Cínica, sinvergüenza! Si te vuelvo a ver poniéndote los vestidos de mi madre, si te descubro luciendo sus joyas, usando sus tocados... ¡muchacha estúpida! Soy capaz de golpearte con una vara hasta marcarte las piernas. Háganme el favor de subir inmediatamente. ¡Rodolfito! (Habla al espejo) ¡Bribona! Pavoneándote ante el espejo con dos velas encendidas. Enseñándole a tocarte perdida. Mancillando el honor de la abuela de ese inocente que fue una santa, y empuercando sus vestidos con tu juventud, ¡ladrona! (Se dirige al ropero y saca con mucho cuidado un juvenil traje de los veinte) No mientas, te he visto. (Se lo pone ante el espejo) Aquella noche la curiosidad pudo más que mi confianza; así que decidí bajar ¿recuerdas? Y allí estabas, abierta, ¡postrada como un animal sobre el reclinatorio de mi santa madre! (La voz tímida de Adelaida se escucha a través del espejo)
VOZ ADELAIDA:
                                    No señora, no...
LA ASESINA:
Vestida de seda y raso. Gimiendo, con el niño ahogándose bajo las faldas de su abuela, ¡ramera!
VOZ ADELAIDA:
                                    Fue un sueño.
LA ASESINA:
                                    ¡Un sueño sucio!
VOZ ADELAIDA:
                                    Quería protegerlo, darle calor...
LA ASESINA:
¡Sólo tenía doce años!

ADELAIDA: (Entra con un ramo de nardos en la mano)
Y yo dieciséis. Era tan hermoso. Una noche, antes de Navidad entró en la cocina y acarició mis senos. Dame, dijo. ¿Lo ve usted? Me aparté de un salto, ¿pero qué podía hacer contra su sonrisa? Pensé que me necesitaba. Cuánta inocencia. Desabotoné mi blusa y lo atraje hacia mí. Ven, ven pequeño; seré tu madre. Ambos reímos; se trataba tan solo de un juego. ¡No me di cuenta de lo que hacia! Me mordió con furia, como poseído. Sus ojos se incendiaron en la penumbra como los ojos de un lobo. Me besaba con demencia ¡Ya! Tu madre puede llegar. Se veía apuesto con su corte de pelo como el de un soldado y sus pantaloncillos cortos; fue la primera vez que bajamos al sótano. (Se ve a Rodolfito parado en un rincón. Sonríe. Adelaida se acerca a él. La asesina saca mientras tanto, un traje militar del ropero y lo acaricia dulcemente) ¿Por qué eres tan lindo? ¿No le dirás nada a tu madre verdad? Este será nuestro secreto ¿me lo prometes? Ni a tus compañeritos en la escuela. Ven, bailemos ¿te gusta bailar? (Bailan) Así lo hacen en el cine. ¡Oh! ¿Una copa de champaña? Con gusto caballero. Acomodémonos en aquel sitio. Dime ¿te gustó? ¿Te parezco bonita?.. Acaríciame soldado, bésame. (Ambos personajes desaparecen).
LA ASESINA: (Abrazándose al traje militar)
¿Me sientes cariño? ¿Me sientes? Te esperé siempre; he sido fiel. ¿No te irás de nuevo verdad? Dímelo ¡dímelo! Te quedarás conmigo hasta la muerte; junto a mí, amándome siempre. Has llegado victorioso. ¡Soldado! ¡Soldado! Llévame contigo a la tumba. (El reloj marca las seis). Sólo Dios sabe cuántas y más cosas suceden bajo la noche, en los sueños inocentes de los niños, entre los hermanos, en los benditos hogares de una ciudad como esta o cualquier otra, ¡cuántos crímenes! Soldado, soldado, llévame contigo a la tumba... (Besando la hoja del sable). ¿Por qué tuviste que partir de nuevo? (Saca una fotografía de Rodolfito de uno de los cajones del ropero) ¿En dónde estabas? Hace unos momentos... ¡Dios mío! (Ríe) ¿Puedes imaginártelo? Seguramente saliste por la puerta que da al pasillo. Lo recuerdo lleno de flores y enredaderas. ¡Contesta! ¿En dónde estabas? Sabes que te tengo prohibido ir al sótano; lo sabes, y mucho menos con Adelaida. (Gritando) ¡Adelaida!.. Se ha ido. En fin así es ella, un demonio, una cabra bronca. Ya me las pagará todas juntas.
(Al Rodolfito que ella imagina) Anda, termina de arreglarte, mis invitados están por llegar. ¡Qué haces! No toques eso, no lo toques, es el uniforme de tu padre. Tu padre, tan gallardo y apuesto... como tú, querido. Algunos meses después de su partida llegó una carta; murió colmado de honores, de pie en el campo de batalla. Aún no comprendo por qué tienen que pelear los hombres. Los hombres... ¡Los malditos hombres! Asesinando niños... atragantándose de gloria, levantando los puños ensangrentados en nombre del deber, y gritando ¡viva la patria! Y otras muchas cosas sin sentido. ¡Hacia la Victoria! ¡Hacia la esperanza! Y sin embargo para mí ya no hay esperanza. No la había cuando sucedió aquello... Pero no hablemos de eso, tú eres un niño, un pequeño inocente hijo de la guerra también sin esperanza; te he liberado pequeño mío. Tú no morirás nunca, te he liberado. (Suena el reloj de la pared) ¡Qué tarde es! Anda, sé bueno y termina de arreglarte. (Guarda la fotografía en al cajón, habla hacia el cuarto) Querido ¿aún me escuchas? Tú no serás un soldado, como lo fueron tu abuelo y tu padre ¿verdad hijo, verdad? (Se escucha una campanada) ¡Alguien llama! ¿Quién podrá ser? Seguramente ellos ¿Estás listo? ¡Adelaida!... ¿No escuchas mujer? Llaman a la puerta, diles que esperen en la sala y ofréceles algo. ¡Santo Dios!  Aún no estoy lista ¡Adelaida! ... ¡Hoy es el día de la fiesta! (Entra el general envuelto en humo. Lentes obscuros, pistola al cinto)
GENERAL: (Sonriente)
                                    Veo que se me esperaba.
LA ASESINA: (Perpleja. Su rostro parece más viejo y ajado)
                                    ¿Rodolfo?..
GENERAL: (Sonriente)
                                    Rodolfo. (Deja su maleta en algún sitio)
LA ASESINA: (Lívida)
                                    Rodolfo...
GENERAL:
El mismo. Trece años después, pero el mismo. (Se quita el cinto y la cartuchera) ¿No dices nada más? Te ves mal. ¡Esto parece una tumba! (Cuelga en el perchero su casaca)
LA ASESINA: (Mecánicamente)
                                    Una tumba...
GENERAL:
                                    La guerra terminó.
LA ASESINA:
                                    Terminó hace mucho tiempo.
GENERAL:
                                    ¿Te sientes bien?
LA ASESINA:
                                    Espero a alguien.
EL GENERAL:
                                    ¿Esta noche? ¿No era a mí a quien esperabas?
LA ASESINA:
Tú estás muerto... ¡Muerto! Caíste en el campo de batalla, te devoró la guerra. (Se precipita hacia la puerta) ¡Rodolfito, hijo! Los invitados están ya en la sala.
EL GENERAL:
                                    ¿Nuestro hijo?
LA ASESINA:
¡Mi hijo! ¿A qué has venido? Yo te guardé en un cajón, te metí allí para siempre. Aquella carta decía...
EL GENERAL:
                                    Las cartas dicen muchas cosas, tal vez demasiadas.
LA ASESINA:
                                    Ellos me esperan. (Ademán de salir)
EL GENERAL:
No hay nadie en la sala ni en ninguna parte. La casa, o más bien lo que era la casa, está vacía.
LA ASESINA:
                                    ¡Mientes! (Pausita) ¡Adelaida!...
EL GENERAL:
                                    Tampoco vi a ninguna Adelaida.
LA ASESINA:
                                    ¿Y quién te abrió la puerta?
EL GENERAL:
                                    Estaba abierta.
LA ASESINA:
                                    Escuché que llamaban.
EL GENERAL:
                                    No fui yo.
LA ASESINA:
                                    Entonces ellos, mis invitados.
EL GENERAL: (Tomándola por el brazo la arrastra hacia los ventanales)
Abre las cortinas. ¡Hazlo! (Ella lo hace) ¿Qué ves? ¡Contesta! ¿Qué ves?
LA ASESINA:
                                    El jardín...
EL GENERAL:
                                    ¡Allí no hay ningún jardín!
LA ASESINA:
                                    Yo deseo verlo.
EL GENERAL:
¡Ruinas, escombros! Ni muros, ni casa. Todo está destruido. Sólo este mísero salón y la reja que apenas se sostiene en pie.
LA ASESINA:
                                    ¿Por qué me torturas?
EL GENERAL:
                                    ¿Dónde está él?
LA ASESINA:
                                    En su cuarto.
EL GENERAL:
                                    No insistas en eso.
LA ASESINA:
¡Vete, vete! Vete a la guerra, regresa a tu tumba y si no tienes una ¡Hazla y cúbrete de tierra! Pero déjame sola con mi hijo.
EL GENERAL:
                                    ¡Nuestro!
LA ASESINA:
De todas formas no podrás verlo; él vive sólo dentro de mí.

Corre hacia la puerta y la abre tratando de huir. Un fuerte viento penetra en la habitación; la asesina cierra la puerta asustada.

EL GENERAL:
                                    ¡Contesta!
LA ASESINA:
                                    Salió.
EL GENERAL:
                                    ¿Con este tiempo?
LA ASESINA:
                                    Salió.
EL GENERAL:
                                    No mientas.
LA ASESINA:
                                    Vuela libre por el viento, se pasea sobre los parques.

EL GENERAL:
                                    ¿Qué quieres decir?
LA ASESINA:
                                    En noches de luna lo he visto sentarse en la cúpula de la iglesia.
EL GENERAL:
                                    ¿Por quién me tomas estúpida?
LA ASESINA: (Hacia la puerta)
Hijo... hijito corre, huye, no dejes que él te atrape... (En un rincón aparece Rodolfito vestido de militar)
RODOLFITO:
                                    Seré un soldado.
LA ASESINA:
                                    No... Tú me lo prometiste...
EL GENERAL:
                                    ¿Con quién hablas demonio?
RODOLFITO:
                                    Como papá.
LA ASESINA: (Fuera de sí)
                                    ¡No puedo aceptar eso! ¡No puedo!
RODOLFITO:
Bailaré todas las noches, abrazado de Adelaida. Beberé su leche y dormiré, madre... dormiré. (La imagen desaparece)
LA ASESINA:
                                    Espera. No lo hagas.
EL GENERAL: (Zarandeándola)
                                    ¡Despierta bruja!
LA ASESINA:
No quise hacerlo... pero él insistió tanto en esa idea... Era igual a ti, tus mismos ojos, tu misma sonrisa estúpida, igual de sucio y pervertido... ¡No! Fue esa muchacha... ella lo sedujo, como a ti su madre. ¡Miserable!
EL GENERAL:
                                    ¿De qué hablas?
LA ASESINA:
De ella. De esa mujer con la que te escondías en el sótano mientras yo dormía... o mejor dicho mientras creías que dormía. Ahora él vuela libre... (La puerta se abre repentinamente, entra Adelaida entre una fuerte corriente de aire. Lleva un ramo de alcatraces en la mano y una pequeña maleta)
ADELAIDA:
                                    Dijo que se mataría si usted me echa...
LA ASESINA: (A, Adelaida)
                                    ¿En dónde está?
EL GENERAL:            (A la asesina)
                                    ¿Qué?.. ¡Quién con un demonio!
ADELAIDA:
En el baño. Espera... espera con la pistola de su padre lista dentro de la boca.
LA ASESINA:
                                    Pero... tan solo es un niño...
ADELAIDA:
                                    Un niño que me hace el amor.
EL GENERAL: (Desconcertado)
                                    ¡Sé bien que tan solo es un niño!
ADELAIDA:
                                    ¿Qué le digo?

La Acecina va hacia el ropero y fuera de sí saca de un cajón la misma vieja pistola y dispara repetidas veces sobre la imagen de Adelaida.

EL GENERAL:
                                    ¡Deja esa pistola! Silencio, ¡silencio por favor!.. No soporto ese ruido. Dámela (va hacia ella) Dámela...
LA ASESINA: (Al general, apuntándole)
                                    ¡No te acerques! (A, Adelaida) Nada. ¡No le dirás nada! Ya no podrás decirle nunca nada... nunca. (En el mismo rincón aparece Rodolfito, con el cañón de la pistola entre los dientes)
RODOLFITO:
¿Mamá? ¿Qué has hecho mamá?.. (Se dispara y la imagen desaparece)
LA ASESINA:            (Al general)
Yo lo maté... ¿comprendes? ¡Lo maté por que no quería verte en sus ojos! No podía permitir el chantaje. ¡Oh Dios! No pensé que lo haría... Me decía a mi misma: tan sólo es un niño... y los niños juegan a matarse... ¡Juegan! ¿Te das cuenta? Pero este era un niño muy especial...
EL GENERAL: (Se derrumba en la mecedora)
No puede ser posible... es un sueño... nada de esto está sucediendo realmente. ¿Verdad?, Por favor permíteme verlo.
LA ASESINA: (Extraviada)
Hijo, Hijito. ¿Aún respiras?.. (Al general) Lo guardé para mí dentro de ese cajón. En noches de luna se sienta en la cúpula de la iglesia. Pobre, con su cuellito roto vuela sobre los estanques, más allá del mar. Lo he liberado...

El general se incorpora, va hacia el cajón, lo abre y retrocede horrorizado. Temblando, con ojos desorbitados se lanza sobre la asesina

EL GENERAL:
                                    ¡Cómo pudiste hacerlo!...
LA ASESINA: (Empuñando la pistola le apunta con decisión justo antes de que el general pueda alcanzarla)
¡No te atrevas a tocarme canalla! (Lo mira con fijeza) Ahora vete; cava tu tumba en el campo de batalla y déjame a mí en la mía. Vete... (El general retrocede, abre cautelosamente la puerta y sale entre la oscuridad. La asesina deja caer la pistola) ¿Estás listo querido? Ven a mí. (Hace ademán de tomar la mano del niño) Bajemos... bajemos amor; los invitados esperan. (Saliendo) Se te ve hermoso ese trajecito... Soy tan feliz. ¿Te has dado cuenta? Ha dejado de llover... al fin a dejado de llover...

PENUMBRA



LA MUJER DEL ESPEJO Y EL AHORCADO


El ahorcado se balancea de una cuerda, azorado ante el fracaso de su tentativa. En la misma habitación, la mujer del espejo se maquilla ante una coqueta. En algún lugar, un baúl. Varias puertas y una o dos ventanas veladas por gruesas cortinas ajadas.

LA MUJER DEL ESPEJO:
                                                ¿Cómo va eso?
EL AHORCADO:
                                                No muy bien.
LA MUJER DEL ESPEJO:
                                                ¿Qué sucede?
EL AHORCADO:
Creo que no tengo el peso suficiente. ¡Maldición! No te rías y bájame. Lo intentaré de nuevo.
LA MUJER DEL ESPEJO:
Es una lástima. Yo no tuve nada que ver con tu decisión de ahorcarte. Elegiste la peor forma. Tienes el pescuezo demasiado duro.
EL AHORCADO:
                                                Pensé que sería fácil.
LA MUJER DEL ESPEJO:
Para ti todo ha sido fácil. Pero morir es distinto. Debiste hacer los cálculos correctos; indagar antes de subirte a la mesa y colgarte de ese lazo, ¡imbécil! De esa forma tardarás toda la noche en morirte.
EL AHORCADO:
                                                ¡Bájame! Acerca la silla.
LA MUJER DEL ESPEJO:
                                                Ahora no puedo.

EL AHORCADO:
Luego terminarás de arreglarte. (La mujer guarda silencio) ¿Piensas salir?
LA MUJER DEL ESPEJO:
                                                No lo sé.
EL AHORCADO:
                                                Y entonces... ¿por qué te embadurnas la cara? (Se queja)
LA MUJER DEL ESPEJO:
El momento lo amerita. Y ya cállate. Será mejor que te relajes y esperes. Si no mueres asfixiado, morirás de hambre o de aburrimiento, pero morirás de todas formas.
EL AHORCADO:
                                                Me duele la cabeza.
LA MUJER DEL ESPEJO:
                                                T e creo.
EL AHORCADO:
                                                Nunca me has creído.
LA MUJER DEL ESPEJO:
                                                Ahora es diferente.
EL AHORCADO: (Pataleando)
                                                ¡Bájame! No puedo más.
LA MUJER DEL ESPEJO:
                                                ¡Querías morir!
EL AHORCADO:
                                                No de este modo.
LA MUJER DEL ESPEJO:
                                                ¿Cómo entonces?
EL AHORCADO:
                                                Rápidamente, sin sufrimiento.
LA MUJER DEL ESPEJO:
No es fácil, ya lo dije antes. Además para mí es preferible que tardes un poco más.
EL AHORCADO:
                                                ¿Por qué?
LA MUJER DEL ESPEJO:
Por que aún no estoy lista. (Va hacia el baúl y saca un hermoso vestido de noche color buganvilia)
EL AHORCADO:
                                                ¿En dónde conseguiste eso?
LA MUJER DEL ESPEJO:
                                                En ningún lado. Siempre fue mío.
EL AHORCADO:
                                                No lo había visto.
LA MUJER DEL ESPEJO: (Poniéndose el vestido)
                                                Nunca has visto nada.
EL AHORCADO:         
                                          ¿Qué te propones, con un demonio?
LA MUJER DEL ESPEJO:                                   
Lucirlo, bailar toda la noche. Dar vueltas a la manivela de la vitrola, para perderme en el vértigo. Emerger del abismo para mirar al fin lo que hay allá arriba.

EL AHORCADO:
                                                ¿Tanto te entusiasma mi muerte?
LA MUJER DEL ESPEJO:
                                                No. Que tú mueras no tiene importancia.
EL AHORCADO: (Suplicando)
                                                Entonces. Déjame vivir.
LA MUJER DEL ESPEJO: (Mofándose)
¿Ahora quieres vivir? ¡Pobre! Perdiste tu oportunidad. Te quedarás allí hasta el final. (Saca del baúl un par de medias de seda)
EL AHORCADO: (Lloroso)
                                                Pero ¿por qué?
LA MUJER DEL ESPEJO:
                                                Tú serás mi pasaporte.
EL AHORCADO:
                                                ¡Loca!
LA MUJER DEL ESPEJO:
                                                Posiblemente.
EL AHORCADO:
                                                ¿Tu pasaporte para qué? No comprendo.
LA MUJER DEL ESPEJO:
                                                Nunca has comprendido nada.
EL AHORCADO: (Aullando)
                                                Por favor, acércame la silla.
LA MUJER DEL ESPEJO: (Poniéndose las medias)
                                                Aún no la desocupo.
EL AHORCADO:
                                                Te lo suplico.
LA MUJER DEL ESPEJO:
¡Oh! Deja de lamentarte. No conseguirás nada de mí. (El ahorcado gime dolorosamente) ¡Chilla! ¡Aúlla si quieres! Aún así no te bajaré. ¡Gallina! Yo te sugerí el veneno ¡Pero no! Tú elegiste esta forma. Tenías que hacerlo a tu modo. ¡Necio! Siempre has sido torpe. Hasta para morir eres torpe. No he conocido a nadie tan sórdido como tú.
EL AHORCADO: (Suplicante)
                                                ¡Perra!
LA MUJER DEL ESPEJO:
Te desprecio. Me horroriza pensar en el pasado. (Los ojos del ahorcado parecen escapar de sus órbitas.) El pasado...
EL AHORCADO:
                                                Yo te quise.
LA MUJER DEL ESPEJO:
                                                Como se puede querer a un animal.
EL AHORCADO: (Débilmente)
                                                Te quiero.
LA MUJER DEL ESPEJO:
                                                ¡No vuelvas a decir eso, basura!
EL AHORCADO:
                                                ¿Por qué no me ayudas?
LA MUJER DEL ESPEJO:
                                                Ya te lo he dicho.
EL AHORCADO:
                                                ¡Abrázate a mí al menos y acabemos con esto de una vez!
LA MUJER DEL ESPEJO:
                                                ¿Y perderme el placer de tu agonía?
EL AHORCADO:
                                                ¿Tanto me aborreces?
LA MUJER DEL ESPEJO:
Eso no tiene importancia. La verdad es que no siento nada por ti. Es más, por nadie. Soy impura. (Se sienta cómodamente, enciende un cigarro y espera)
EL AHORCADO: (Jalando aire con dificultad)
                                                Casi ni puedo respirar.
LA MUJER DEL ESPEJO:
                                                Mejor. El momento se acerca.
EL AHORCADO: (Contorsionándose)¡No aguanto más! Mis manos están heladas. Mi


columna parece una llamarada del infierno. He dejado de sentir mis piernas. (Llora) No quiero morir de esta manera.
LA MUJER DEL ESPEJO: (Sonriendo)
                                                ¡Cobarde!
EL AHORCADO:
¿Por qué permaneces allí sentada? ¿Es que no te conmueve mi situación?
LA MUJER DEL ESPEJO: (Fríamente)
                                                No.
EL AHORCADO:
                                                Déjame morir solo al menos. Necesito intimidad.
LA MUJER DEL ESPEJO: (Igual)
                                                No.
EL AHORCADO:
                                                ¿Te arreglaste para esperar mi muerte, puerca?
LA MUJER DEL ESPEJO:
                                                Me he arreglado para esperar su llegada.
EL AHORCADO:
¿Vendrá alguien? ¿Un hombre? ¿Saldrás con él? ¿Te atreverías a salir con un hombre justo después de?..
LA MUJER DEL ESPEJO:
¡Sí! ¡Lo haría! ¡Claro que lo haría! Pero no espero a ningún hombre.  Al menos no a uno de este mundo.
EL AHORCADO:
                                                ¿Entonces?
LA MUJER DEL ESPEJO:
¡Espero a la muerte! Entrará por esa ventana. Yo le sonreiré y bailaremos juntos toda la noche sobre las estrellas.
EL AHORCADO:            (Incrédulo)
                                                ¡¿Qué dices?!
LA MUJER DEL ESPEJO:
                                                Tal vez venga a través del espejo.
EL AHORCADO: (Con mucha dificultad)
                                                ¡Perdiste la razón!
LA MUJER DEL ESPEJO:
¡Cállate! Presiento que se aproxima. Oigo a lo lejos el galope de un caballo ¡Oh! Será magnífico. Besaré sus labios dulcemente. Será como besar el infinito.
EL AHORCADO:
¡Ya entiendo! (Lanza dolorosamente una carcajada sorda) Si yo no muero no vendrá nadie. ¿No es así? (La mujer del espejo le sonríe) ¿Tú crees que la muerte llegará realmente? (Ríe del mismo modo que antes)
LA MUJER DEL ESPEJO:
                                                ¡Silencio!
EL AHORCADO: (Agonizando)
                                                ¡No me queda mucho tiempo!
LA MUJER DEL ESPEJO:
                                                Ahora estoy segura de eso.
EL AHORCADO:
                                    Supongamos que entra realmente. ¿Nadie te ha dicho que        
la muerte es una mujer? (Ríe burlón)
LA MUJER DEL ESPEJO:
                                                Eso está por verse.

EL AHORCADO: (Irónico)
Bien. Supongamos que es como te imaginas ¿Por qué te has emperifollado para ella... o él? Da lo mismo.
LA MUJER DEL ESPEJO:
                                                No lo entenderías.
EL AHORCADO:
Y qué te propones. ¿Coquetearle, seducirlo? (Ríe) ¿Y si no muero?  (En un estertor) ¡Contesta perdida! ¿Y si no muero?
LA MUJER DEL ESPEJO: (Herida, furibunda)
¡Entonces te sacaré los ojos! ¡Golpearé tu cabeza hasta que reviente! Beberé tu sangre. No me importa lo que tenga que hacer con tal de que se haga presente... ¡De fundirme eternamente en el cuerpo de ese ser purificador y majestuoso, príncipe del silencio eterno, vigía de las almas, morador de encrucijadas!.. (Se detiene temblorosa) ¡Alguien ronda la casa! (Pausa) ¿Escuchas?
EL AHORCADO: (Mueve la boca pero su voz no es audible)
¡Ya casi no respiro!
LA MUJER DEL ESPEJO:
¡Está aquí! (Va hacia la ventana y la abre. Una corriente de aire arroja dentro del lugar cientos de hojas de papel amarillento. La mujer retrocede horrorizada tratando de librarse de los papeles como si fueren gusanos) ¡Qué es esto Dios mío!
EL AHORCADO: (Ríe apenas)
Papeles... solo son papeles. (La mujer cierra la ventana con dificultad)
LA MUJER DEL ESPEJO: (Jadeante)
¡Oh! ¡Dios mío, Dios mío! Sé que está aquí, lo sé. ¡Al fin ha llegado!
EL AHORCADO: (Anhelante)
¡Abre entonces!


Todas las puertas y ventanas de la habitación se abren repentinamente. La luna del espejo se rompe en mil pedazos. Se escucha una melodía que después toma la forma de un lamento. Luego un río de voces. La escena se inunda de niebla. A lo lejos se escucha un tren que pasa. El ahorcado cuelga sin vida, balanceándose de un lado a otro como un péndulo. Suenan siete campanadas. La mujer grita de espanto. El espacio parece girar vertiginosamente. Los muros se agrietan, todo se derrumba. Entre la espesa capa de niebla, el mar irrumpe ensordecedor trayendo consigo en la proa de un barco, la efigie de la muerte.

LA MUJER DEL ESPEJO:
¡Oh Dios! Sálvame. (La muerte emite una terrible carcajada burlona y hace además de salir) Espere... (La muerte ve a la mujer con fijeza) Yo... (Se detiene impávida, los ojos del siniestro personaje se inflaman de fuego) Llévame contigo. (Abre sus fauces babeantes) ¡Pero no! ¡No así! Llévame sin quitarme la vida. Compadécete... Te esperaba, me arreglé para ti frente al espejo. Mírame... (La muerte la observa silenciosa. Luego sale tal y como entró. Todo recobra su forma anterior. El ahorcado se balancea sin vida.) Regresa. ¡Regresa maldita! (Solloza) Llévame contigo... (La mujer corre hacia el cuerpo del ahorcado, le quita el cinturón,  lo pasa entre las presillas del pantalón y se lo coloca en el cuello) Si morir es la única manera para tenerte... ¡Monstruo del infierno! Entonces... (Se deja caer de rodillas grotescamente frente al ahorcado) ¡Moriré!.. (Una tenue sonrisa se dibuja en sus labios.) Estoy lista... pinté mis labios para ti esta noche. (Abre los ojos desmesuradamente) ¡Regresa! Escucho su respiración... Ronda la casa.


Todas las puertas y ventanas se abren al mismo tiempo.










OSCURO