Dramaturgia. La Noche de Luz



LA NOCHE DE LUZ






LA NOCHE DE LUZ

De Carlos Haro 




PERSONAJES:

LUZ
ADILA
EZEQUIEL

ACTO ÚNICO


Sentada en una mecedora en medio de la habitación, Luz se balancea pausadamente. Por un ventanal,  se filtra el resplandor de la luna. Se escucha el viento a través de las ramas de los árboles, a veces intenso. Algunos pasos. Unos segundos y se precipita la tormenta: un relámpago seguido de la premonición del trueno. Luz se incorpora, se dirige al ventanal, ve hacia el exterior, corre las cortinas y regresa a su sitio. La penumbra se extiende. Ella se mece de nuevo absorta en el vacío. Un cenital que se intensifica gradualmente baña una mesita donde destacan algunas cartas, frascos medicinales y dos muñequitas de porcelana. En algún rincón un espejo de cuerpo entero. A la derecha o izquierda – donde se prefiera – una cama de latón con su respectivo pabellón de lino. En el interior de un ropero abierto se ven algunos títeres, mascaras y vestuarios. En algún lugar, un reloj. Adila, hermana gemela de Luz, parece dormir en la cama de latón. Al cabo de un tiempo Adila  enciende la lámpara de noche.

ADILA: (Desde la cama)
¿Por qué no duermes?
LUZ: (Después de una pausa)
                        No puedo.
ADILA:
                        ¿Aun crees que vendrá?
LUZ:
                        Sí.
ADILA:
Estás obsesionada.  ¡Terminó!  ¿Comprendes? (Se revuelve en la cama) Duérmete.
LUZ:
                         Te molesto.
ADILA: (Con cierto fastidio)
Tu respiración me molesta.
LUZ:
                        Aun dormida respiro. (Sonríe tenuemente)
ADILA:
                       Sí, pero al otro lado de la habitación. No es lo mismo.
(Guarda silencio durante unos momentos)
LUZ:
En su carta dijo que vendría. Hoy es veintitrés de diciembre. Mañana, navidad y... ya no estaremos juntas.
ADILA:
Luz... (Tratando de revelar algo de lo que luego se arrepiente) Olvídalo. Ha pasado mucho tiempo.
LUZ:
Él lo dijo: veintitrés de diciembre.
ADILA:
                        Se dicen muchas cosas. ¿Qué hora es?
LUZ:
                        Las tres.

ADILA:
                        No sonó el reloj.
LUZ:
                        No suena a las tres. ¿Recuerdas? Se salta un  diente del engrane.            
ADILA: (Irritada)
Definitivamente me robas el sueño. (Se incorpora y se mira en el espejo) Me siento mareada.
LUZ:
                        Pronto pasará el tren.
ADILA:
                        Recuerdo una noche igual a ésta. Llovía y...
LUZ:
                        Me lo has contado muchas veces.
ADILA:
                        ¿A, sí? ¿Cuántas?
LUZ:
                        Tres o cuatro.
ADILA:
                        ¡Pues serán cinco, ya que no me dejas en paz!
LUZ:
Hace mucho tiempo que no te escucho decir alguno de los parlamentos
de tus personajes. ¿Hará un año? No, más... Año y medio. Desde que... bueno, paso eso... y, tomaste ese trabajo...
ADILA: (La mira durante unos instantes)
                        Los digo en secreto. (Sonríe)
LUZ:
                        Creo que también los has  olvidado.
ADILA:
¡No! Fue otro momento. Otra etapa. Mi trabajo actual me gusta. No me provoques Luz, no me provoques porque no respondo. Estoy desvelada y tensa y muy irritable. Así que mejor cállate. (Pausa) ¡Oh Dios! Dios, dios... ¿Puedes imaginarlo? (Emocionada) Dentro de unas horas, ¡París! ¡Paris! ¿No es  maravilloso?
LUZ:
                        Es extraño.
ADILA:
                        ¿Por qué todo resulta tan complicado para ti? Extraño... raro...
LUZ:
Aún conservas todos tus vestuarios. Adila, la realidad es que no quieres reconocer el daño que...
ADILA:
¡Otra vez a lo mismo! ¿Por qué hoy, precisamente hoy? ¿No te das cuenta de que me siento feliz? (Pausita) ¿Daño? ¡Por Dios! Luz, no lo hay.  ¿De que? ¿Daño a qué?
LUZ:
Deberías volver a la escena Adila, y usarlos y... ¿No puedes verdad? Desde aquella ocasión en la que...
ADILA: (Exasperada de pronto. Violenta)
¡¿Sabes qué Luz?! No  le veo el caso... ni a esta conversación, ni a la escena, ni...  En fin. Nada de esto sucede ¿verdad? ¿Tu eres una buena hermana y me dejarás descansar cierto? (Pausa) Perdóname. Luz, querida perdóname. Es solo que estoy nerviosa por el viaje. Ya te lo dije. ¿Te imaginas?  Montmartre,  les Champs Élysées...
LUZ: (Levanta la voz)
                        ¡Perdiste!
ADILA:
¿Por qué  insistes en algo que ya no tiene sentido para mí? No voy a tocar fondo. No quiero hablar.
LUZ:
Tal vez nunca más tengamos la oportunidad. Quisiera... quisiera que mis palabras adquirieran un significado más... (Busca la palabra) quiero decir... profundo, revelador, útil para ti. Que se precipitaran en imágenes revelándolo todo, como en el teatro. Quedar expuestas, indefensas.
ADILA:
                        No ha costa de nosotras Luz.
LUZ:
                        ¿Qué tiene de malo?
ADILA:
                        Podríamos ser más dulces. ¿Tú sabes eso?.. ¿Ser dulce?
LUZ:
                        ¿Tienes miedo?
ADILA:
                        Luz  ¡basta!
LUZ: (Va hacia el ropero, saca algunos vestuarios y los arroja sobre la mecedora)
¡Vives en el recuerdo de un sueño extraviado! Hubieras podido hacer mucho más. Sabes, me gustaba verte en el escenario interpretando a todos esos personajes. Mamá decía que tenías mucho talento. (Añorante) Tus personajes... ¡Sí que los hacías vivir! En cambio yo... nunca fui realmente buena. (Pausita, Adila intenta dar a Luz una caricia, que esta rechaza) Y mírate ahora, no puedo creer que te vallas.
ADILA:
Tienes que vivir por ti misma Luz. Tú también puedes sobresalir, puedes llegar a ser mejor que yo. Y respecto a Ezequiel... (Se contiene)  Quiero decirte...
            No lo esperes más.
LUZ:
                        ¿Por qué?
ADILA:
                        Porque... no lo sé, no lo sé, pero tengo un mal presentimiento.            
LUZ:
                        ¿Cuál?
ADILA:
No me hagas caso. Mis vestuarios han estado colgados durante dos años en ese lugar y ahí permanecerán siempre. Podrás usarlos cuando me haya ido, o tirarlos o mejor aún quemarlos. De esa manera todo vestigio desaparecerá por siempre.  Por lo pronto regrésalos al ropero.
LUZ:
Adila, dime ¿sientes que fracasaste?
ADILA:
                        ¡No! Tengo una beca en París. ¿Cómo se te ocurre?

LUZ:
Porque sí es así, quiero que sepas que yo solo deseo ayudarte. Pedirte que no renuncies al teatro es una manera de comprobar si realmente deseas hacer este viaje. Estas eligiendo una forma de vida totalmente distinta. Sé que te da horror regresar a la escena después de lo que paso pero... yo valoro tu talento y me duele... Todo esto me duele mucho y... En fin, es tu decisión.
ADILA:
Sí. Es mi decisión. Lo lamento Luz, créeme que lo siento, de verdad. Creo que necesito dormir un poco más.
LUZ:
                        Está bien, si no quieres hablar pues, no insistiré y... (Suena el reloj)
ADILA: (Va hacia la cama)
Tú deberías hacer lo mismo. Digo, dormir. Te la has pasado rondando por la habitación. Luego balanceándote en esa vieja mecedora. Ezequiel no vendrá. Ya lo dije antes. (Pausa larga) Aun no comprendo por que no aceptaste ese trabajo cuando te lo ofrecieron.
LUZ:
                        ¡Qué locura!
ADILA:
No quiero decir que no puedas tener éxito como actriz, no; pero tal vez te hubiese dado más seguridad económica. Hasta hubieses podido combinarlos.
LUZ:
¿Y pasarme encerrada en un edificio las tres cuartas partes de mi vida hurgando en lo ajeno? Además, el Dr. Pliego te ofreció ese trabajo a ti. Tu Estudiaste psicología, no yo. Esas clínicas me parecen sórdidas.

ADILA: (Se quita la sabana de la cara y se sienta en la cama)
                        ¿Hurgando en lo ajeno?
LUZ:
Revisando los expedientes de esas pobres personas. Porque en eso consiste tu trabajo ¿no?
ADILA:
¡Pacientes! No pobres personas. Entre otras cosas los pongo en orden. (Pequeña pausa)  Los expedientes claro. Además gano bien. Tuve la oportunidad de concluir la carrera que inicié hace años y ahora: una especialización en el mejor lugar del mundo. ¡Increíble! ¡Simplemente increíble!
LUZ:
                        Más bien sacias una necesidad malsana.
ADILA:
¿Luz, que demonios te sucede? ¿Por qué esa insistencia en atacarme, en fastidiarme la vida? ¿Qué carajos buscas?
LUZ:
                        Me harta esta quietud. (Adila la mira si comprender) Que te engañes.
(Pausa. Se ven unos instantes)
ADILA:
¿Qué me engañe? Mira, si no se puede ser amable contigo porque estás sentida o dolida por algo yo no soy responsable. Por qué demonios voy a ser responsable de tu carácter y carencias.


LUZ:
¡Solo quería decir que me parece morboso deleitarse con la enfermedad de alguien!
ADILA:
¡No me deleita! ¿Cómo puedes decir eso? Es enfermo. ¿Crees que estoy enferma? (Pausa. Indignada y herida) ¿Crees que estoy trastornada, Luz?

LUZ: (Va hacia un cajón y saca un expediente)
                        ¿Entonces explícame qué  es esto?
ADILA:
¡¿Qué haces tú con ese expediente?!
LUZ:               
                        Efectivamente, un expediente.
ADILA:
¿Revisas mis cosas?  ¿Desde  cuando? No sé porque no lo regrese a la clínica... Un olvido.
LUZ:
Olvido, sí, y sin nombre. Cuarto tres... un caso interesante sin duda. ¿A quien pertenece?
ADILA:
                        Es un estudio.
LUZ:
                        ¡Un caso de horror descrito paso, a paso!
ADILA:
¡No tienes ningún derecho! Es mi trabajo.
LUZ:
Tu trabajo consistía en ordenarlos en la clínica, no en llevártelos a tu casa. ¿Qué llamo más tu atención?  (Firme) ¿El día que ese paciente ingreso al hospital e intento arrojarse desnudo a la avenida con un ramo de flores blancas?  ¿O cuando quiso sepultarse en el jardín de su casa junto a un manzano? ¿No es desquiciante? Según él, quería  mezclar su sabor con el de las manzanas, para de este modo dar a conocer a quienes, año con año se deleitaban comiéndolas, su propio sabor. Convencerlos de que era una persona dulce a la cual se le reprochaba tener en el alma algo, amargo;  como el fracaso.

ADILA:
¡Dame eso! (Se lo arrebata y lo pone sobre su maleta) En todo caso, tú también hurgas en lo ajeno.
LUZ:
                        ¿Ah sí?
ADILA:
                        Al representar un papel, por supuesto.
LUZ:
                        ¡Vaya! Te gusta huir.
ADILA:
Has hurgado en la existencia de todos esos personajes dándoles cuerpo,
materializándolos en ti porque careces de una vida  propia. Yo experimentaba algo similar. Me sentía vacía cuando no actuaba.  
LUZ: (Con energía)
            ¡He dado vida a esos personajes porque estoy viva! Al apagarse
las luces regresan a los libros y punto. Y yo...
ADILA:
            Y tú, a la nada. Igual que yo cuando las luces se apagaban. Tonta, tonta, cursi. ¿Piensas que no lo sé?
LUZ:
            ¡No sabes nada de mí! Yo tengo una vida propia.
ADILA:
Tan propia que dependes absolutamente de que él, regrese contigo. 
LUZ
¡Nos estamos lastimando! Adila, solo trato de ayudarte.
ADILA:
            ¿Ayudarme? Has tu vida, Luz. Guarda tus secretos y respeta los míos.
LUZ:
            Hace dos años, cuando decidimos vivir juntas...
ADILA:
            ¡Hay muchas cosas que desconocemos la una de la otra! ¡Y es mejor así!
LUZ:
Tenías esperanza... tenías...
ADILA:
¡Uno cambia!
LUZ:
Te tenías a ti misma.
ADILA:
La metamorfosis no siempre da como resultado algo más bello. La vida tiene recovecos indescifrables.
LUZ:
¡Y hoy parece que te desgranas! Tu rostro, tus ojos, tus sueños, tu alma, tu piel... Caminas por el  borde entre lo que quieres creer que eres, y lo que eres realmente.

ADILA:
¡Cuando uno opta por cambiar está siempre ante un riesgo! Por eso otros prefieren estacionarse. Se arman dé tal modo que nada puede moverlos, ni a derecha ni a izquierda ni hacia ningún lugar. Digamos que se  consideran “sanos”,  “normales”.

LUZ:
                        El movimiento trae consigo luz.
ADILA:
                        U oscuridad.
LUZ:
Todo está en hacer justo aquello que uno necesita, para sentirse pleno.
ADILA:
                        ¿Y si no es posible? Dime Luz. ¿Sí no es posible?
LUZ:
¡Entonces sé está en la muerte, emparedado, detenido, viendo pasar la vida sin entender lo esencial! Sin participar de ella. Lo  cual es peor todavía. Entonces es preciso recobrar la pasión. No importan las consecuencias. Virar la nave, deshacer la casa e ir en busca de un sueño.

ADILA:
                        ¡O vivir en él!
LUZ: (Dura)
¡No! ¡No! Fabricarlo, fabricarlo, Adila. Y me preocupa que tú estés haciendo cosas que en el fondo no quieres. Esa noche... ¿Qué paso esa noche? ¿Recuerdas?
ADILA:
¡No quiero hablar! ¡No quiero recordar nada!
LUZ: (Zarandeándola)
¡Te perdiste en ese personaje!
ADILA:
¡Dios mío! ¡Dios mío!..
LUZ:               
¡Te hundiste! Luego, herida, evadiste ese encuentro para terminar trabajando justo en la prisión en donde abrías de purgar tu debilidad.
           
ADILA: (El reloj marca las cuatro)
Yo... sólo traté de escapar de la locura. Aquella noche después de interpretar a “Ilse” en  “Despertar de primavera” de Wedekind, me creí perder... sí. Sentí fundirme en ella, como si Ilse, ese extraño personaje libre y fugas, hubiese abierto sus brazos para decirme: “Vive en mi por siempre”. Rebasé los límites. Ilse, el símbolo de la libertad, me aprisionó en su celda.
LUZ:
¿Y ahora? ¿Ahora qué?  Vives rodeada de ella.
ADILA:
¿De qué? ¿Quién? (Se sobrecoge) 
LUZ:
¡De la locura Adelaida! Rodeada de la locura. No has podido superar ese encuentro con Ilse. (Va hacia la ventana y descorre las cortinas. La luz de la luna se precipita en la habitación) La luna se ve hermosa. (Con infinita ternura) Acércate.
ADILA:
                        Tengo miedo.
LUZ:
Lo sé. Lo sé. No quise abrir ese recuerdo. Me preocupas... temo por ti. Por eso insisto tanto. Te quiero.
ADILA:
                        Yo también te quiero, Luz. Todo estará bien. Esta bien ahora.
LUZ:
¿Recuerdas? “La más pequeña”, te decía papá. Acariciaba tus cabellos y tú sonreías.
ADILA:
                        Los pájaros revoloteaban sobre la fuente.
LUZ:
Tengo el presentimiento de que algo muy importante, trascendental, ocurrirá pronto. Me lo dice el brillo de la luna. No logro descifrarlo aún; pero lo presiento. Será algo mágico, maravilloso. La sangre se agolpa  en mi cuerpo como viniendo de un torrente. No hay vértigo, no hay caída; es como algo que se desplaza con enorme fuerza hacia mí. Vendrá Ezequiel, vendrá.

ADILA:
                        ¿¡Cómo Ilse!?
LUZ:
¡No! Yo no tuve un encuentro en medio de esos abismos. Yo soy como una crisálida. Al romperse él capullo... volaré.
ADILA:
                        Existen mariposas que nacen con las alas rotas.
LUZ:
Temes. En el fondo temes. No te atreves a enfrentar aquello que te detuvo...
ADILA:
                        Luz, yo...
LUZ:
             ¡Luz! Sí, Luz. ¡Luz tenia que vivir!
ADILA:
Mientras que yo hurgaba en los expedientes guardando secretos inconfesables.
LUZ:
                        Podrías no haberlo hecho.
ADILA:
                        Escarbaba, revolvía, tratando de encontrarme.
LUZ:
                        Estacionada en una alucinación.  Perdida el alma.
ADILA:
                        ¡Te equivocas! ¿El alma? (Pequeña pausa) Cuando estaba ahí...
LUZ:
                        ¿Qué?
ADILA:
Quería un remanso. Pero no podía encontrarlo. Cuando revisaba la historia clínica de esos seres... de...
LUZ:
                        ¡Adila! Adila... ¿tratas de tocarte?
ADILA:
¡Sí! ¡Sí! Trato de tocarme. ¡No! De tocarme no; de toparme con algo parecido a mí. De entender por qué.
LUZ:
Mírame.

ADILA: (Lo hace)
Y no encuentro nada.
LUZ:
                        Ahora, mírate.
ADILA:
¡No! Me detesto. (Pausa) ¿Tratas de herirme? ¿Qué hay de ti?..
LUZ:
Calla... Trato de hacerte ver que te abandonas. Que estás a la deriva.
ADILA:
Ese tiempo me hará bien. El estudio, la beca...


LUZ:
O te hundirá aún más. No necesitas un tiempo, Adila. Necesitas superar la llamada.

ADILA:
¿La llamada?
LUZ:
¡De la locura! (Luz se sobresalta) ¿Alguien tocó a la puerta?

ADILA: (Asustada)
No, nadie. (Pausa) No le abrí.
LUZ:
¡Entró aquella noche!
ADILA:
¡No me tortures más! Fue momentáneo. Luego esa sensación  de estar poseída desapareció. Como tú dices: regreso al libreto.
LUZ:
                        Ilse, la mujer de todos.
ADILA:
                        ¡La libertad! Simboliza la libertad.
LUZ:
                        Se entregaba en forma desmedida.
ADILA:
Por que amaba con plenitud. Con una intensidad maravillosa. Aunque la verdad, fue horrible... sucio.
LUZ:
                        Ella vivía en el horror... huyendo.
ADILA:
                        Pero era inocente. ¡Inocente!  (Llora)
LUZ:
                         ¿A que le temías entonces?
ADILA: (Con cierta desesperación).
A dejar de ser yo. Las siguientes dos semanas  no supe de mí. Ella guiaba mis actos. Estaba en mi voluntad, instalada como un hongo venenoso. “Vendrá el amor  - me susurraba -  entrará por la puerta y te fundirás en él. Luego bailaremos juntas en la noche, bajo la lluvia, hechizadas por la luna. Te incendiaras con un beso y yo, sudorosa, te esperaré entre el follaje resplandeciente”. Durante las noches que siguieron  a esa revelación caí en el vacío. Lo perdí todo.
LUZ:
                        Fue entonces cuando me llamaste.
ADILA:
                        Creo que sí... sí.
LUZ:
Descolgué el teléfono. Llevabas cuatro días fuera de tu casa. Dijiste: “No puedo regresar; desconozco el camino”... y colgaste. Después el Dr. Pliego te encontró en un barrio del centro. Habían sido dos semanas terribles. Creí que no volvería a verte.


ADILA:
Ilse  tiraba de mí como un animal, sin compasión. No quiero saber nada más. No insistas. No debo hablar de esto. La traición no es algo que deba narrarse.
LUZ: (Ignorando el último comentario)
Ha pasado el tiempo. Ahora estás aparentemente bien; incluso mantendrás tu trabajo en el hospital y cuando regreses de Francia con una especialización, seguramente te subirán el sueldo y serás feliz.  Pero hay algo insano en todo esto.
ADILA:
¿Qué quieres saber? (En un grito) ¿Qué buscas?
LUZ:
                        ¡A ti! A ti misma. (Pausa)
ADILA: (Sobresaltada)
¡Él me ofreció ese trabajo después de darme de alta! Me refiero al Dr. Pliego. Yo simplemente lo acepté. No tenía muchas opciones...
LUZ:
                        Lo sé. Ven a la ventana.
ADILA:
Para qué

LUZ:
Acércate. (Adila lo hace, las luces de los pocos automóviles que pasan por la avenida, iluminan sus rostros intermitentemente) ¿Crees que toda esa gente es mejor que nosotros? Van en sus automóviles silenciosos de regreso a casa o al trabajo o ha quien sabe que lugares. Miles de lugares. En la ciudad nadie duerme. Hace unos momentos decías que cuando uno opta por cambiar está siempre ante un riesgo. ¿Crees que alguno de ellos (Se refiere a la gente que pasa en sus automóviles) ha pensado en eso? No Adila. Sobreviven bajo una armadura. Tiempo, tiempo; miran sus relojes y se apresuran al trabajo, regresan del trabajo y se apresuran a guardar silencio y meterse a la cama y dormir lo más rápido posible y ha olvidar sus sueños porque puede ser peligroso y de vuelta al trabajo. Digamos que, como tú lo dijiste también, se consideran “sanos”,  “normales”.


ADILA: (Retirándose de la ventana)
Te entiendo, sí. Sé lo que tratas de decirme y posiblemente esas personas tan laboriosas y vacías sean mucho más felices que nosotras y sí, posiblemente también mejores pero... (Respira más tranquila) Mi avión sale a las seis. Y ya no tiene caso continuar con este tema. Estoy muy cansada.
LUZ:
Tienes razón.  (Pausa. Se ven) Tú té iras a París.  Yo haré mi vida aquí, al lado de Ezequiel.

ADILA: (Como si tratase de despertarla de un error)
Te amaba.
LUZ:
                        Aún me ama.

ADILA:
                        Igual fue una locura.
LUZ:
                        ¿Por qué lo dices?..
ADILA:
Tal vez esperabas demasiado. Te comportaste de manera difícil, dominante. Tú sabes: el control y esas cosas. Querías doblegarlo.
LUZ:
                        Quería salvarlo...
ADILA:
                        Te engañas.
LUZ:
Que recobrara la confianza en sí mismo y alcanzara el éxito. Lo sentía tan frágil e inseguro en aquel entonces.
ADILA:
                        Quizás no lo sepas... (Se detiene) Pero... él sufrió con todo eso.
LUZ:
                        Le di fuerza.
ADILA:
                        ¡Lo dejaste solo! No supiste ver dentro de él.
LUZ:
                        Él me entregó cierto poder para manejarlo.
ADILA:
Tú lo interpretaste de ese modo. Te colocaste en una posición cómoda.
LUZ:
                        Era demasiado... demasiado demandante. Preferí...
ADILA:
Necesitaba de ti. Preferiste dejar de observarlo, de atender lo esencial. Optaste por esa crueldad propia de quien sabe  que el otro siempre estará  presente, pese a todo. Cajones repletos de cartas. Bien podrías escribir una novela con  todas ellas. Demasiada entrega y nobleza rayan en la tontería. ¿No es así?
LUZ:
                        ¡No!
ADILA:
Tú misma te regodeabas en tu encanto. Sabías  que siempre cedería. Has estado dando vueltas de un lado a otro o balanceándote en la mecedora o de pie frente a la ventana o deambulando de aquí para allá porque te sabes culpable.
LUZ:
                        Te equivocas... El amor... el amor es...
ADILA: (Lejana)
¡Es o no! Está presente o no. Pero cuando se hace presente uno se precipita en la vida de forma distinta. Es como si se descorriera un velo y uno pudiese penetrar con una sensación de plenitud en el prodigio de la naturaleza. Admirarse, asombrarse aún con aquellas cosas que hacía tiempo habían perdido importancia. Todo se intensifica. Las palabras dejan de ser solo palabras. Aquello que llamamos “amor”, no es justamente la interpretación que uno pueda darle. Es un estado de plenitud en el que te sientes parte de un todo y lo compartes. Tú acabaste utilizándolo, poniéndolo al servicio de tus necesidades.

LUZ:
                        ¡No tienes derecho!
ADILA:
                        Tampoco tú lo tienes.
LUZ:
                        ¡Nos hacemos daño!
ADILA:
                        Sí, desde hace un rato. No seas repetitiva.  (Pausa) Y ahora...
LUZ:
                        ¡Ahora él regresa!  ¿Regresa?
ADILA:
¡En fin!  Puedes ser... ¡Puede ser! Todo puede ser. Todas las cosas que
un ser humano guarda dentro de sí aun sin conocerlas, o más que eso: aún las que no son suyas y de pronto se le revelan y las hace propias. Todo puede ser; hasta ya no ser más y sólo quedar en el recuerdo de otros.
LUZ:
                        ¡No comprendo!..
ADILA:
No. Es obvio que no. La revelación de un secreto celosamente guardado
durante años puede modificar totalmente a una persona.
LUZ:
                        Adila. ¿Qué demonios té pasa? ¿Qué guardas?
ADILA:
Aquella tarde, cuando ustedes dos... mejor dicho, cuando tú decidiste terminar definitivamente con su relación...
LUZ:
                        ¡Ambos!
ADILA:
¡No! Él accedió al final por el amor que té tenia. Lo llevaste a eso. Lo convenciste con todos esos argumentos sobre el desamparo, de que tenías razón. (Pausa) Lo deduzco por todo lo que me has platicado...
LUZ:
¿Desamparo? (Se desplaza nerviosa hacia la ventana) ¿Qué  te he platicado?
ADILA:
Desamparo de ti misma. Desde ese mismo lugar en el que estás ahora, lo miraste partir. Lloraba  ¿recuerdas? ¡Dios mío! Llenaba la casa de flores. Su  energía te oprimía. ¿No te diste cuenta de que sólo se trataba de un momento de desasosiego en su vida? ¿Un mal momento? ¿Desconcierto? Tenia un tesoro oculto que no supiste cultivar.
LUZ:
Yo no sentía por él... ¡Dios! Si, lo quería muchísimo... Era... es un ser... de esos... especiales.
ADILA: (Tajante)
                        Era.
LUZ:
Si, lo era... Ignoro en lo que se ha transformado ahora. Digo: interiormente. He sabido de sus logros... y bueno, ha pintado obras maravillosas. Todo este tiempo lo he seguido. He participado  de todo ese mundo interior y ese talento. Realizó su sueño sin duda.
ADILA:
                        ¿Y en todo ese tiempo  nunca se te ocurrió acercarte a él, hablarle?
LUZ:
El tampoco lo hizo. Ese fue el acuerdo. En varias ocasiones lo mire de lejos, en alguna exposición. Lo he esperado siempre, ésa es la verdad. Yo sabía que necesitaba de estos años para encontrar la fuerza y la concentración necesarias para proyectarse como el creador que es. Hace tiempo que ya no lo veo. De pronto lo perdí. Lo que me parece increíble es que haya recordado con exactitud la fecha del reencuentro. Me lo dice en su carta. Me ama, estoy segura de ello. Le abriré la puerta y entrará llenando de nuevo la casa de flores...
ADILA:
                        Luz... Luz... (Ella la toma por el hombro, como ubicándola)
LUZ:
                        ¡Sí, y luz! También, luz.
ADILA: (Haciendo acopio de fuerza)
El ya no...
LUZ:
                        ¡No sé por qué insistes tanto en eso!
ADILA:
Tenias miedo, miedo de aventurarte junto con él y asumir la relación; miedo a perder tu independencia, miedo al amor, a que fracasara. Deseabas que se asemejara a tu príncipe azul. Tu sueño invernal... El hombre triunfador que llegaba a ti para proponerte enamorado una vida en común. La pareja ideal y todo eso. ¡Tonterías! No  quisiste correr el riesgo.
LUZ:
                        ¡Lo quería!
ADILA:
                        Te negabas a aceptarlo.
LUZ:
                        ¡No!
ADILA:          
Él atravesaba por un periodo difícil: metamorfosis, nueva piel. Su proceso era un proceso de vida o muerte. Luego, la crisálida emergió al día.
LUZ:
                        Yo lo acompañe en el vuelo.
ADILA:
Pero a la distancia, negándole lo esencial. Él extendió sus alas y te rebasó.
LUZ:
¡No estaba segura! Esa es la verdad. (En un grito)¡Por Dios ya!
ADILA:
                        Te rebaso en el vuelo y ahora es sólo viento.
LUZ:
                        Siempre amó el viento.
ADILA:
                        Y lo que dejó aquí, ahora vive en sus cuadros... Murió, Luz. Él murió.
LUZ: (Después de una pausa)
                        Está vivo, más vivo que nunca.
ADILA:
                        ¡Murió!
LUZ:
                        No... (Pausa) ¿Qué dices?..
ADILA:
                        Hace tres meses, después de ingresar al hospital.
LUZ:
                        ¿Qué hospital?
ADILA:
                        En el mismo que yo trabajo.  (Pausa)
LUZ: (Incrédula con una sonrisa extraña)
                        ¡No, no me hagas esto Adila!
ADILA:
Luz, es la verdad. (Pausa) Su hermano lo llevaba del brazo. Cuando lo vi no podía creerlo, pero era él. Mucho más delgado, incluso no me reconoció. (Pausa. Bajando la mirada) La enfermedad del umbral.
LUZ:
                        Pero... (Va hacia la cómoda) ¿Y su carta?

ADILA:
Desde el umbral. Aún lo recuerdo atrás de los cristales sentado ante la mesita del corredor. Durante un tiempo no dejó de escribir; lo hacía día y noche. Te envío  esa carta desde el umbral, sin remitente. (Toma el expediente de la maleta y le prende fuego) Luego... (Con voz obscura y amarga) la crisálida se libero para perderse en la oscuridad.
LUZ:
¡Provocaras un incendio! (Corre a apagar los papeles)  ¡No es posible!  ¡Dime que mientes! ¡Dime que él está bien! ¡Dios! Que vendrá mañana como antes lo hacía con una sonrisa amorosa llenándome de flores. ¡Lo he amado siempre! Solo que yo...  me llené de trampas. (Termina de apagar los papeles del expediente) ¿Era suyo este expediente?

ADILA: (Con dulzura)
Sí. (Pausa) Perdóname, no pensaba decírtelo. Pero creo que es mejor así (Luz se derrumba en la mecedora) El también te amaba. (Pausa larga) Luz, no puedo llevarme conmigo nada que te  pertenezca, sólo lo que ya está en mí. Así  que guarda lo que voy a decirte  como un hermoso recuerdo, un regalo. La noche antes de su muerte faltó una de las enfermeras de guardia. Por lo general no tengo acceso al corredor de los dormitorios, pero en esa ocasión se me pidió suplirla.



Durante la siguiente escena, Adila se meterá paulatinamente en su recuerdo. La atmósfera tendrá que alcanzar ese punto, de tal modo que todos los objetos del decorado y la iluminación misma, sean un espejo de lo que ella invoca dentro de sí. Luz se mantendrá a distancia, silenciosa, bañada por un cenital tenue. Esto  debe dar la impresión de que ella es observada desde otro lugar y tiempo. Así, Adila, al traer al presente el recuerdo de Ezequiel, éste se irá materializando hasta que ella  ya no esté en esa habitación, sino en el cuarto del hospital.


ADILA:
Me miro a través del cristal. Traía algo imaginario entre las manos. Todos dormían. Entonces fui hacia él. Estaba completamente lúcido; al menos así lo parecía. ¡Te veía en mí! Luz,  me dijo...

EZEQUIEL:
                        Luz...
ADILA: (A Ezequiel)
                        No, yo no...
EZEQUIEL:
Luz...
LUZ: (En el rincón)
¿Luz?
ADILA:
                        Soy Adila... su hermana. (A luz) Él parecía no darse cuenta.
EZEQUIEL: (Sin escuchar)
                        Luz... Luz...
ADILA:
                        Regresa... regresa a tu cuarto, Ezequiel.
EZEQUIEL:
                        Todo se precipita...
ADILA: (Suplicando)
                        No me toques, por favor, no...
EZEQUIEL:
                        Te traje... una flor
LUZ: (Desde el rincón. Muy débil)
¿Una flor?..
ADILA: (Con suavidad)
                        No es para mí.
EZEQUIEL:
                        Sí. Es para ti.
ADILA:
                        Ella no es, yo.
EZEQUIEL:
                        No. Ella se ha ido.
ADILA: (Confundida)
                        Escúchame.
EZEQUIEL:
                        No eres tan distinta. (Le da la flor imaginaria)
ADILA:
                        Yo...
EZEQUIEL:
                        Te esperé mucho tiempo.

ADILA: (En un intento por regresarlo a la realidad)
¡Ella no está aquí! Yo soy Adila... su hermana.  (A  Luz, que continúa en el rincón) Me miró sorprendido durante unos segundos. Tomó mis manos y las besó tiernamente.

LUZ: (En un quejido apenas audible)
                        ¡No!.. Luz soy yo.

EZEQUIEL: (A, Adila)
                        Acaríciame, abrázame.

ADILA: (A Luz)
                        ¡Quise gritar!..

EZEQUIEL: (Se abraza a ella)
                        ¡Calla!.. calla.
ADILA: (A Luz)
Su piel estaba erizada. Sus ojos como dos incendios. De pronto, como si lo habitase un animal me tomó  con furia. Parecía un ser descomunal. Yo no quería.  No quería, Luz...

LUZ: (Desde el mismo sitio muy quedo)
                        ¡Tiemblo! Habla en voz baja... por favor Adila en voz baja.
EZEQUIEL:
                        ¡Tiemblo! (Le quita la ropa con desesperación) Luz y oscuridad. Da igual...

ADILA: (A Luz)
                        ¡Ya no era él!  (A Ezequiel) ¡No! Pueden vernos... suéltame. Suéltame...

EZEQUIEL:
¿Quién? Aquí nadie ve nada. Sólo se saben los sueños. Tu piel sólo la sé yo, la toco yo, yo la respiro.
ADILA: (A Luz)
Me mordió... me mordió con furia. ¡Iracundo me manipulaba a su antojo!  No podía hacer nada... y... me rendí a su deseo.
LUZ: (Con voz ahogada)
                        ¡Como dos incendios!
ADILA:
                        ¡Dos luces ávidas!
LUZ:
¿Tú? (Casi inaudible) Adila... ¿tú?
ADILA:
¡Yo! ¡Sí, yo! Tú otra parte... tu gemela. Fundida en una fantasía delirante. (A  Ezequiel) ¡Dios! ¡Dios! Cuanto sudor... como un río. ¡Y fuerza! Una fuerza incontenible mezclada de aromas. ¡Ezequiel!..  ¡Ezequiel!..  Todo se derrumba en el entorno. La luz interior fenece, se trastoca. Pienso en la traición. (En un grito) ¡Luz! Deja de verme, de andar sobre mí, tan atenta. ¡Ahora soy Ilse! El hada del placer, la mujer de todos, la premonición de la muerte. (A Ezequiel) Termina, termina ya. Báñame con tu oscuridad...  dame  el día.

La iluminación cambia. Todo se restablece gradualmente. Ezequiel se  pierde en el recuerdo. Adila se viste con la ropa con la que piensa viajar.



LUZ:
¡Eso... tan sólo es una fantasía! (Ríe) Debes sentirte muy sola y culpable también. Pobre.

ADILA:
La culpa puede hacer que uno lo finja todo, hasta el amor... entonces llega la soledad. No sé qué está más vacío, si el espacio que se comparte sin desearlo, o el no tenerse más que a sí mismo cuando el que se es, no es tolerable.
LUZ:
                        Ninguna de las dos cosas. Todo está lleno y es eso lo que te condena.

ADILA: (Apenada)
                        Lo que sucedió...

LUZ: (Tajante)
                        ¡No sucedió realmente! (Pausa) ¿O sí? Dime, ¿Sucedió, Adila?
ADILA:
                        Debo prepararme para el viaje.
LUZ:
¡Tu avión sale a las seis! Té iras cuando sea el momento. Te la has pasado yéndote toda la  vida. Responde, ¿sucedió realmente?

ADILA:
¡Murió Ilse! ¡Murió Ezequiel! Todo terminó; y,  Luz, no quiere ver la claridad.

LUZ: (Se va contra ella. Enloquecida)
¿Cómo pudiste entregarte a su deseo? Él era... sí, era. ¡Era mío! ¿Y pudiste hacerlo? ¿Pudiste hacerlo y dejarle creer que se trataba de mí? Porque era yo la que estaba en sus pensamientos. Era yo la que bañaba su oído con vaho, la que temblaba a flor de piel, la que navegaba en el torrente rojo de su sangre.  

ADILA
¡Luz! ¡Basta!
LUZ:
Y si embargo, no fue así. Seguramente yo dormía mientras eso pasaba. 

ADILA:
Escúchame.

LUZ:
No quiero oír nada.

ADILA:
Pues tendrás que oírlo aunque no quieras. (Brutal) Eso no es todo.
LUZ:
            ¡Lo imagino, imagino que siguieron durante toda la noche y!..
ADILA:
Llevo un hijo suyo en mi vientre. Un hijo de él. ¡La muerte se introdujo en mí aquella noche!
LUZ: (Luz la ve demudada)
¡¿Un, hijo?!
ADILA:
                        ¡No pude evitarlo!
LUZ:
                        ¡Mientes!  ¡Mientes!
ADILA:
Se introdujo tomando la forma de una semilla de arroz. (Los ojos se le llenan de lágrimas) ¡Pensé en matarlo pero!.. ¿Cómo? -Me dije- es una pequeñita vida y yo su casa de agua. 
LUZ:
                        ¡Adila!
ADILA:
¡Compartimos un vientre! Sí, sí. De acuerdo. Te concedo eso porque en efecto en su fantasía te tomo a ti; pero en la realidad yo no soy tú. Esa pequeña vida se mueve en mi propio espacio y este, es impenetrable. (Toma su maleta y un abrigo)
LUZ:
                        ¿Por qué lo hiciste?
ADILA: (Cínica)
                        Fue una casualidad, supongo.
LUZ:
                        ¡Me refiero a!..
ADILA:
                        ¡Sé a lo que te refieres!
LUZ:
¡Contesta! No creerás que soy una idiota tragándome el cuento ese de
que te obligo, de que era tal su descomunal fuerza que te rendiste sin siquiera pedir auxilio.

ADILA:
Nadie habría escuchado.
LUZ:
¡Mientes!
ADILA:
¡Desconsuelo, lastima, deseo! Luz, tienes que verlo de otro modo. No quiero perderte. Si te confesé lo sucedido es por que te amo. (Sincera) Sí, te amo.  (Luz llora) Eres lo único que tengo. Eras lo único que él tenia. No pude resistirme. Te llevo en mi sangre, en el interior de mi mirada. Y eso fue lo que él detectó, te vio en mí y yo, sólo uní su deseo al tuyo.
LUZ: (Extraviada)
Pequeña, pequeña mía... La más pequeña, ¿recuerdas? ¿Por qué nos herimos tanto? ¿Por qué el engaño? (Pausa) Me traicionaste.
   
ADILA: (Acariciándola)
                        Tengo  que irme.
LUZ:
                        ¿Es verdad? ¿Es verdad todo lo que dijiste?
ADILA: (Dulce)
                        Lo es.
LUZ:
                        ¿Estuvo internado en un hospital?
ADILA:
                        Sí.
LUZ:
                        ¿Vive?
ADILA: (Tocando su vientre)
                        En mí.
LUZ:
                        Vete. (Pausa) Vete entonces...  ¿Volverás algún día?
ADILA:
                        No lo sé. (Se dirige a la puerta)
LUZ:
                        ¿Y él?
ADILA:
                        Quién
LUZ:
                        ¡Mi hijo!
ADILA:
                        ¡No es tuyo!
LUZ:
                        ¡Me lo dio a mí!
ADILA:
Pero vive en mis adentros. (La besa)

LUZ: (Muy débil)
Adila...
ADILA:
Te escribiré pronto.

Sale. El reloj marca las cinco. Luz va hacia el ropero, toma con suavidad uno de los vestuarios de Adila y se  lo pone con gran cuidado. Se suelta el pelo y  pinta los labios. Se retira unos pasos del espejo, se observa y acaricia amorosamente su vientre

LUZ:
Ahora te siento. Estás aquí... has vuelto. ¿Alguien llamó a la puerta? (Pausa) ¡Alguien, llama a la puerta!

Se incorpora, va hacia la puerta y la abre. Una delgada neblina se extiende en la habitación a ras de piso. Luz se balancea rítmicamente; luego baila suavemente mientras que tararea una vieja canción de cuna. 

OSCURO LENTO